Por Sofía Masi
(Foto: Gentileza de José Bogado, voluntario de Un techo para mi país)
A continuación comparto con ustedes una entrevista realizada por la periodista Susana Oviedo del Diario Última Hora a Felipe Berríos, un jesuita chileno, fundador y capellán de la organización Un Techo para mi País, que está presente en 15 países del mundo y se dedica a juntar jóvenes para construir casas populares en zonas carenciadas. Es un abordaje interesante sobre el protagonismo que podemos llegar a asumir los jóvenes. El entrevistado llama a los universitarios: “extranjeros en su propio país”… Este es un llamado a la reflexión para preguntarnos: ¿Hasta qué punto nos comprometemos con nuestro Paraguay?
ENTREVISTA:
“Nos hemos acostumbrado a que la pobreza sea parte del paisaje”
En su primera visita al Paraguay, el jesuita chileno expresa su asombro por lo poco que se aprovechan la fuerza y calidad de la juventud del país y de que no figuremos ya entre los primeros en terminar con la extrema pobreza, que debe escandalizar.
-¿Qué siente al constatar que un proyecto suyo, Un techo para mi país, se haya multiplicado en 15 países?
-Me llena de orgullo. Me encanta, sobre todo, oír por ejemplo de los jóvenes paraguayos que ya no dicen este país, sino hablan de "mi país".
No pierdo la esperanza de una Latinoamérica sin corrupción, sin pobreza. Hay que seguir invirtiendo en los jóvenes, uniendo a los que más oportunidades han tenido con los que menos oportunidades tuvieron en la sociedad. Que se hagan amigos y creen lazos, ellos saben buscar la solución. Es con ellos como en Latinoamérica ya llevamos construyendo más de 40 mil viviendas de emergencia.
-¿En cuánto tiempo se ha logrado impulsar esta organización en Paraguay?
-Yo estoy impresionado con lo acelerado que están los paraguayos involucrados en el proyecto. En ningún otro país hemos estado tan bien organizados y alcanzado este resultado: cien casas de emergencia construidas en menos de un año. Van a una velocidad tremenda. Esto significa un trabajo previo de detección de la gente más pobre, la recolección del dinero -porque nunca regalamos-. Los beneficiarios ponen un porcentaje de la casa y ayudan a montarla. Todo esto significa preparación y una logística que hablan de la madurez del equipo en Paraguay. Ya hay cien familias marginales que tienen su vivienda de emergencia, y eso significa también que hay cien familias que han cambiado sus vidas, que empezaron a soñar con un Paraguay distinto.
Al ritmo que van, esto es exponencial. Recién estamos un año en Paraguay, y ya hay 800 jóvenes involucrados y ya están proponiendo construir otras 60 viviendas más en los próximos meses. Esto no va a parar.
-¿Quiénes son los aliados de Un techo para mi país?
-La misma gente que participa con nosotros: los pobladores, la gente modesta. Los empresarios que se dan cuenta de que los países no son viables con una población segregada; la opinión pública, que toma conciencia de esto, y la prensa.
Lamentablemente, en nuestros países nos hemos acostumbrado a que la pobreza sea parte de nuestro paisaje.
Eso debiera escandalizarnos. Debemos darnos cuenta de que América Latina no es un continente pobre, sino injusto. Es esa toma de conciencia en la sociedad lo que también produce el trabajo de los jóvenes universitarios.
-¿Realmente cree que, con una iniciativa así, la sociedad se percata de la situación de exclusión?
-Sí, porque ya no es un cura el que habla, o no es un dirigente político, sino que son jóvenes sanos, que no tienen mayor interés más que servir. Y cuando la gente los ve apasionados trabajando con los pies en el barro, junto a la gente, da una credibilidad y una fuerza tremenda.
-¿Es inevitable que una persona que nace pobre y que aun de adulta no pueda superar este estado, termine perdiendo el sentido de dignidad?
-En nuestros países, a veces llamamos pobreza a lo que es miseria, indigencia. La pobreza es la falta de oportunidades, por un lado, y la falta de redes de contacto, por el otro. Pero cuando se ha vivido mucho tiempo en esa situación -a veces generaciones completas-, se cae en la indigencia o la miseria, y ya no se tiene proyecto de vida, amor propio, ni seguridad en uno mismo.
Entonces, hay que combatir eso. Es lo que produce esta vivienda de emergencia: la gente ahorró plata, obtuvo su casa, por primera vez es dueña de algo y comienza a soñar. Se rompe el círculo de la desesperanza y poco a poco empieza a dejar atrás la miseria cuando comienza a proyectarse un futuro mejor.
-Se dan cuenta de que ellos mismos pueden producir el cambio, ¿no?
-Son protagonistas de sus cambios. Si no lo hacemos con ellos, es pan para hoy y hambre para mañana. El cambio tiene que hacerse con la gente. El asistencialismo hace a la gente más dependiente y más pobre.
-Para que se dé el salto cualitativo hacia las viviendas definitivas, ¿qué otros sectores deben sumarse?
-Tienen que involucrarse otros diversos sectores. Nosotros somos una oenegé que, por muy eficiente que podamos ser, somos minúsculos. El problema de la pobreza es un problema del país, no es solamente de un gobierno. Tienen que involucrarse los particulares, los dueños de las casas de emergencia, los estudiantes, empresarios y el Estado.
Nosotros damos el ejemplo concreto de que con poco dinero y mucho compromiso se puede revertir una realidad que nos parece irreversible. Esto influye en el Estado, en la política pública para la vivienda. Hace que se focalicen mejor los recursos y los utilicen mejor, y que no haya alguien que piense por la gente, sino que con la gente.
Nosotros no tenemos que hacer trabajos que corresponden al Estado, sino lograr que tome conciencia, utilice bien sus recursos y haga una política que realmente vaya a la gente. Esa es nuestra misión y eso no lo hacemos con grandes discursos ni con protestas. Nuestra protesta es el trabajo; trabajando demostramos en la práctica que es posible cambiar.
-Cuando una familia accede a la vivienda de emergencia, ¿qué hace falta para que el proceso no se detenga y se incorporen otros componentes para mejorar la calidad de vida?
-Para acceder a los demás aspectos, como salud, educación y oportunidades laborales, hace falta un elemento que aglutine, y es la vivienda. La vivienda es como una carnada para mover todo lo demás. No sacas nada con darle una buena educación a un niño, si no tiene dónde hacer sus tareas. No se puede plantear un plan de salud si la gente vive hacinada.
Yo no temo que Un techo para mi país quede varado en el camino, porque en esto están involucrados los jóvenes. Una vez que ellos han visto esto (por la gente viviendo en pobreza extrema), no descansan nunca más; son un motor.
La fuerza y la credibilidad que dan los jóvenes son una de las riquezas de nuestro proyecto.
-Con relación a otros países, ¿cómo ve la pobreza en Paraguay?
-En Paraguay el problema es acotable. En otros países se ve una pobreza de unas dimensiones tales, que uno dice: ¿por dónde comienzo?
Mientras que en Paraguay, al ser un país pequeño, la gente está mucho más cercana a la pobreza y esta se convierte en un tema mucho más manejable. Por eso es que no veo por qué el país no sea ya uno de los primeros en terminar con la extrema pobreza.
UNIVERSITARIOS, EXTRANJEROS EN SU PROPIO PAÍS
"Necesitamos aprovechar los cerebros de los jóvenes universitarios involucrándolos en los proyectos de combate a la pobreza", plantea Felipe Berríos, que lamenta el divorcio entre las universidades y la sociedad.
Para él, la responsabilidad de la universidad es contestar los desafíos que tiene el país y preparar profesionales para esos desafíos.
"Hago un llamado a las universidades que tienen una responsabilidad social tremenda, que si no la cumple, no solo no están honrando un deber con el país, sino que, además, están formando malos profesionales", insiste
Para él, una universidad de excelencia no es la que entrega conocimientos abstractos a los jóvenes sobre materias que no son aplicables en los países.
Si los universitarios no se vinculan con la realidad del país, van a ser unos extranjeros en su propio país, advierte. "Van a usar su profesión para enriquecerse ellos y seguir aumentando la brecha entre ricos y pobres. Nosotros necesitamos profesionales que hablen en términos de ?mi país' y que se involucren", insiste.
"En Paraguay tienen unos jóvenes de una gran calidad, que lo están desaprovechando", resalta.
-Me llena de orgullo. Me encanta, sobre todo, oír por ejemplo de los jóvenes paraguayos que ya no dicen este país, sino hablan de "mi país".
No pierdo la esperanza de una Latinoamérica sin corrupción, sin pobreza. Hay que seguir invirtiendo en los jóvenes, uniendo a los que más oportunidades han tenido con los que menos oportunidades tuvieron en la sociedad. Que se hagan amigos y creen lazos, ellos saben buscar la solución. Es con ellos como en Latinoamérica ya llevamos construyendo más de 40 mil viviendas de emergencia.
-¿En cuánto tiempo se ha logrado impulsar esta organización en Paraguay?
-Yo estoy impresionado con lo acelerado que están los paraguayos involucrados en el proyecto. En ningún otro país hemos estado tan bien organizados y alcanzado este resultado: cien casas de emergencia construidas en menos de un año. Van a una velocidad tremenda. Esto significa un trabajo previo de detección de la gente más pobre, la recolección del dinero -porque nunca regalamos-. Los beneficiarios ponen un porcentaje de la casa y ayudan a montarla. Todo esto significa preparación y una logística que hablan de la madurez del equipo en Paraguay. Ya hay cien familias marginales que tienen su vivienda de emergencia, y eso significa también que hay cien familias que han cambiado sus vidas, que empezaron a soñar con un Paraguay distinto.
Al ritmo que van, esto es exponencial. Recién estamos un año en Paraguay, y ya hay 800 jóvenes involucrados y ya están proponiendo construir otras 60 viviendas más en los próximos meses. Esto no va a parar.
-¿Quiénes son los aliados de Un techo para mi país?
-La misma gente que participa con nosotros: los pobladores, la gente modesta. Los empresarios que se dan cuenta de que los países no son viables con una población segregada; la opinión pública, que toma conciencia de esto, y la prensa.
Lamentablemente, en nuestros países nos hemos acostumbrado a que la pobreza sea parte de nuestro paisaje.
Eso debiera escandalizarnos. Debemos darnos cuenta de que América Latina no es un continente pobre, sino injusto. Es esa toma de conciencia en la sociedad lo que también produce el trabajo de los jóvenes universitarios.
-¿Realmente cree que, con una iniciativa así, la sociedad se percata de la situación de exclusión?
-Sí, porque ya no es un cura el que habla, o no es un dirigente político, sino que son jóvenes sanos, que no tienen mayor interés más que servir. Y cuando la gente los ve apasionados trabajando con los pies en el barro, junto a la gente, da una credibilidad y una fuerza tremenda.
-¿Es inevitable que una persona que nace pobre y que aun de adulta no pueda superar este estado, termine perdiendo el sentido de dignidad?
-En nuestros países, a veces llamamos pobreza a lo que es miseria, indigencia. La pobreza es la falta de oportunidades, por un lado, y la falta de redes de contacto, por el otro. Pero cuando se ha vivido mucho tiempo en esa situación -a veces generaciones completas-, se cae en la indigencia o la miseria, y ya no se tiene proyecto de vida, amor propio, ni seguridad en uno mismo.
Entonces, hay que combatir eso. Es lo que produce esta vivienda de emergencia: la gente ahorró plata, obtuvo su casa, por primera vez es dueña de algo y comienza a soñar. Se rompe el círculo de la desesperanza y poco a poco empieza a dejar atrás la miseria cuando comienza a proyectarse un futuro mejor.
-Se dan cuenta de que ellos mismos pueden producir el cambio, ¿no?
-Son protagonistas de sus cambios. Si no lo hacemos con ellos, es pan para hoy y hambre para mañana. El cambio tiene que hacerse con la gente. El asistencialismo hace a la gente más dependiente y más pobre.
-Para que se dé el salto cualitativo hacia las viviendas definitivas, ¿qué otros sectores deben sumarse?
-Tienen que involucrarse otros diversos sectores. Nosotros somos una oenegé que, por muy eficiente que podamos ser, somos minúsculos. El problema de la pobreza es un problema del país, no es solamente de un gobierno. Tienen que involucrarse los particulares, los dueños de las casas de emergencia, los estudiantes, empresarios y el Estado.
Nosotros damos el ejemplo concreto de que con poco dinero y mucho compromiso se puede revertir una realidad que nos parece irreversible. Esto influye en el Estado, en la política pública para la vivienda. Hace que se focalicen mejor los recursos y los utilicen mejor, y que no haya alguien que piense por la gente, sino que con la gente.
Nosotros no tenemos que hacer trabajos que corresponden al Estado, sino lograr que tome conciencia, utilice bien sus recursos y haga una política que realmente vaya a la gente. Esa es nuestra misión y eso no lo hacemos con grandes discursos ni con protestas. Nuestra protesta es el trabajo; trabajando demostramos en la práctica que es posible cambiar.
-Cuando una familia accede a la vivienda de emergencia, ¿qué hace falta para que el proceso no se detenga y se incorporen otros componentes para mejorar la calidad de vida?
-Para acceder a los demás aspectos, como salud, educación y oportunidades laborales, hace falta un elemento que aglutine, y es la vivienda. La vivienda es como una carnada para mover todo lo demás. No sacas nada con darle una buena educación a un niño, si no tiene dónde hacer sus tareas. No se puede plantear un plan de salud si la gente vive hacinada.
Yo no temo que Un techo para mi país quede varado en el camino, porque en esto están involucrados los jóvenes. Una vez que ellos han visto esto (por la gente viviendo en pobreza extrema), no descansan nunca más; son un motor.
La fuerza y la credibilidad que dan los jóvenes son una de las riquezas de nuestro proyecto.
-Con relación a otros países, ¿cómo ve la pobreza en Paraguay?
-En Paraguay el problema es acotable. En otros países se ve una pobreza de unas dimensiones tales, que uno dice: ¿por dónde comienzo?
Mientras que en Paraguay, al ser un país pequeño, la gente está mucho más cercana a la pobreza y esta se convierte en un tema mucho más manejable. Por eso es que no veo por qué el país no sea ya uno de los primeros en terminar con la extrema pobreza.
UNIVERSITARIOS, EXTRANJEROS EN SU PROPIO PAÍS
"Necesitamos aprovechar los cerebros de los jóvenes universitarios involucrándolos en los proyectos de combate a la pobreza", plantea Felipe Berríos, que lamenta el divorcio entre las universidades y la sociedad.
Para él, la responsabilidad de la universidad es contestar los desafíos que tiene el país y preparar profesionales para esos desafíos.
"Hago un llamado a las universidades que tienen una responsabilidad social tremenda, que si no la cumple, no solo no están honrando un deber con el país, sino que, además, están formando malos profesionales", insiste
Para él, una universidad de excelencia no es la que entrega conocimientos abstractos a los jóvenes sobre materias que no son aplicables en los países.
Si los universitarios no se vinculan con la realidad del país, van a ser unos extranjeros en su propio país, advierte. "Van a usar su profesión para enriquecerse ellos y seguir aumentando la brecha entre ricos y pobres. Nosotros necesitamos profesionales que hablen en términos de ?mi país' y que se involucren", insiste.
"En Paraguay tienen unos jóvenes de una gran calidad, que lo están desaprovechando", resalta.
FRASES
La pobreza debe volver a escandalizarnos. Aquí hay niños que no tienen ningún futuro. Esto no nos debería dejar dormir tranquilos.
Los pobres no tienen que aceptar regalos ni del Estado ni de particulares, y menos, de los políticos. Los regalos perpetúan la pobreza y hacen dependientes a los pobres.
La pobreza debe volver a escandalizarnos. Aquí hay niños que no tienen ningún futuro. Esto no nos debería dejar dormir tranquilos.
Los pobres no tienen que aceptar regalos ni del Estado ni de particulares, y menos, de los políticos. Los regalos perpetúan la pobreza y hacen dependientes a los pobres.
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