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martes, 6 de julio de 2010

PARAGUAYOS: "QUE VERRACOS"


 PARAGUAYOS: "QUE VERRACOS"
MACHISMO CON FORTALEZA
La revista DeLa Libertad no puede sustraerse al deporte y por ello expresa su sentimiento de gran alegría por lo demostrado por la Selección Paraguaya de Fútbol. Nobleza obliga, quién no derramo unas lágrimas por estos machos que
nos representaron ante los ojos atónitos del mundo.
 ¡¡¡ QUE INMENSO ORGULLO DE SER PARAGUAYO!!!
Besomi-2010

La página web equinoxio.org, escrita por el abogado egresado de la Universidad Externado de Colombia, escribió una síntesis de lo que fue el partido entre Paraguay y España, que desembocó en la derrota y posterior eliminación de nuestro país del Mundial. El artículo se titula: “Paraguay, los verracos del Mundial”.  Paraguay, los verracos del Mundial

Verracos (colombianismo que simboliza machismo y fortaleza)
Por Marsares
domingo 4 de julio de 2010 16:12 COT
Cuando el árbitro pitó el fin del partido contra España, mi hijo menor se volteó y me miró como si regresara de un sueño. Suspiró y me dijo: “QUE VERRACOS”. En la pantalla se veían los rostros agotados de los paraguayos, entre los que se destacaba el de Haedo Valdez, levantando los brazos ante sus hinchas, respondiendo a los aplausos de propios y extraños que premiaban su entrega en la cancha.
No es usual que a un derrotado se le despida con palmas, quizás porque los albirrojos murieron para la Copa de Sudáfrica con las botas puestas. En sus gestos había dolor, es cierto, pero también fulguraba el orgullo de haber luchado hasta el último segundo contra una selección de muchos pergaminos que llegó con aureola de campeón a la cita mundialista.
“SI, SON UNOS VERRACOS”, atiné a responder con esa expresión tan nuestra para reconocer a los valientes y comencé a recordar un partido que preveíamos desigual, pero que, con el correr de los minutos no sólo se reveló parejo, sino atrevido por los paraguayos que sin perder el respeto por el rival, creyeron en sus propias cualidades y salieron a ganarse el tiquete para la semifinal, contradiciendo apuestas y predicciones, en lo que son expertos desde hace mucho.
No es usual en un continente donde se privilegia el manejo del balón a ras de piso, los pases cortos, la fantasía, la gambeta, el taquito, todo lo que encanta a la retina y desconcierta al adversario por lo impredecible de la jugada, haya un estilo que pone énfasis en la fortaleza física, la velocidad y el juego aéreo, con apuesta de ganador.
Los paraguayos no tienen el quiebre de cintura, los pasos de baile en apenas un metro cuadrado para quitarse a un rival, la creatividad de fabricar una jugada impensada en apenas un segundo, ni la rara habilidad de llevarse en los pies, pegada en el empeine, la pelota que luego inflará la red contraria. No parecen latinoamericanos quizás porque después del exterminio les tocó inventarse un nuevo país.
Pero son tan nuestros como el que más, no tan alegres como los caribeños que con un bongó se sacudieron la tristeza de milenios, ni tan pródigos como los que heredaron la fertilidad inagotable de la tierra, ni tan astutos como los que recrearon el mundo colonizando montañas y planicies, verdaderos fabricantes de sueños. Son esforzados y discretos en sus sentimientos porque no les ha quedado tiempo para descansar y dar rienda suelta a sus emociones, igual que nuestros ancestros indígenas.
Como en el pasado, España lo vivió en este partido. Ya se había pronosticado, Paraguay no iba a ser presa fácil porque no regala nada y por eso estrecharon el campo, lo pelearon con fiereza, plantando murallas, amarrando al contrario, buscando con paciencia el corredor que les diera la oportunidad de dar el golpe de gracia a una España desconcertada, incapaz de hilvanar tres pases seguidos.
Los paraguayos salieron a jugarse la vida y por eso en los primeros minutos le avisaron a Casillas que se cuidara y a falta de manejo del balón, lo guerrearon con fuerza, con ardor, con encime, multiplicando el esfuerzo, a la par, sin soltar al adversario, hasta recuperarlo o enviarlo fuera de la cancha.
Desbordes mortales por derecha, penetración con fuerza por el centro, y un gol anulado por fuera de juego, que hubiera sido un premio justo para Haedo que al igual que batallaba arriba y por las bandas con sus marcadores, lo hacía abajo desarmando contrarios, obstaculizando avances, rompiendo ideas, arruinando tácticas.
Un partido que Paraguay estuvo a punto de ganar a puro corazón, pero que no lo hizo porque le faltó definición, mal de muchos años y que en este partido se evidenció. Incluso, el penalti que falló Cardozo, o el remate de Roque Santa Cruz en el último minuto. Ganó España porque aprovechó un espacio huérfano, con postes de por medio, trayectorias erráticas, balonazos desesperados, que en un segundo eterno, de lado a lado de la portería, sentenció el encuentro.
Ya se ha dicho todo, se han analizado con lupa las jugadas, los dos penaltis cobrados y errados, los que no se pitaron, la descomposición de España, la disciplina táctica ideada por el Tata Martino, las llegadas y sus frustraciones, y el equilibrio de dos fuerzas que merecían el empate si lo permitiera el reglamento y, por supuesto, la garra paraguaya frente a la tozudez española.
Basta con recordar un antiguo proverbio de la India: Sólo lo que no se da, se pierde para resaltar que la selección de Paraguay nada perdió en el Estadio Ellis Park de Johannesburgo porque lo dio todo en la cancha, representando con entereza nuestra región, nuestra esencia de latinoamericanos. Sobradas razones para merecer nuestro aplauso, nuestra reconocimiento y nuestro cariño.

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