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martes, 10 de agosto de 2010

VIDA PERRA


 Un cuento de Ricardo Steimberg

A mi madre nunca tuve el placer de conocerla, y a mi padre, mucho menos. Por eso no los tengo presente a ninguno de los dos, en mi memoria. Lo que sí puedo recordar muy vagamente es a esa monja, cuando me entregaba a una señora para que me criara.

Aún puedo verme borrosamente, llorar con amargura, en el preciso instante en que aquella señora me tomaba en brazos, desprendiéndome con fuerza del de los de la religiosa y llevándome de aquel lugar, sin más trámites previos.

Esa señora me crió  hasta aproximadamente tener unos 6 años de edad. De ella me vienen solo malos recuerdos, que me generan solo rabia, angustias y una impotencia acumulada por muchos años ante sus golpes sin motivos aparentes. Sus insultos y su desprecio sin razón hacia mí.



He recibido de parte de esa misma mujer y del monstruo de su marido, castigos inmerecidos, propios de un par de sádicos. Fueron las primeras humillaciones que recibí en la vida, pero no precisamente las últimas. Nunca entendí que mal hice para merecer semejante trato.

Pero lo peor de todo fue, que entre ella y su esposo, en una ocasión, me violaron. Los dos acostumbraban a beber hasta quedar rendidos. En una oportunidad, y de esto sí que me acuerdo muy bien, el marido estando totalmente borracho, me tomó de la cintura, inesperadamente, y me tiró con cierta fuerza sobre la cama matrimonial.

Empecé a llorar, con un susto enorme de por medio. El hombre, al escuchar que mi llanto aumentaba el volumen, debido al miedo que ambos me inspiraban, se fastidió y me dio varias soberanas bofetadas que me dejaron algo atontada.

Entonces la mujer, también algo ebria, se acercó hasta mí, y me sacó mi bombachita con violencia. Al hombre se le encendieron de pronto sus ojos y se abalanzó rápidamente hacia donde yo, indefensa me encontraba. Mientras la mujer me sostenía, con las piernas abiertas, el marido se quitaba su camisa y la tiraba muy lejos de allí.


Luego recuerdo que apenas arrastrándose sobre la cama, se acercó a mí y comenzó a lamer mi “cosa”. No solo tengo presente ese pasaje tan vívido de lo que me ocurrió en aquel momento, si no que aún creo tener impregnado en mi nariz, la sensación de seguir oyendo su jadeo, con ese espantoso aliento a alcohol.


Mientras la vieja se reía cobardemente, a mis costillas, el desgraciado se bajó los pantalones, pero como no podía tener una erección, debido a su lamentable estado de ebriedad; me violó con sus dedos. Grité todo lo que pudo hacerlo mi garganta. Ambos se asustaron y eso despertó la curiosidad de los vecinos que inmediatamente llamaron a la policía.


Solo recuerdo que sentí un dolor espantoso y me ardía mucho allá abajo. No sé cuánto tiempo pasó hasta que llegó el auto de la policía y estos golpearon con fuerza la puerta. El marido de la señora se vistió como pudo y se escapó por los fondos de la casa. A partir de esa fecha, nunca más se lo volvió a ver. Fue como si se lo hubiera tragado la  tierra.


Los policías nos llevaron a la comisaría, en donde la señora prestó declaración. Pude escuchar a través de la puerta, que ella decía que no había hecho nada malo, que todo era culpa de su marido borracho, al que le tenía mucho miedo. Los agentes del orden mucho no le creyeron, por lo que ella quedó virtualmente detenida.


Mientras tanto, fui conducida por una asistente social y una policía mujer, a un centro de salud, para que me hicieran las primeras curaciones. Durante un par de días, viví en la casa de una señora muy joven. En todo momento, ella me trató bien, siendo los únicos y mejores días de toda mi vida.


Después de eso, la señora recuperó la custodia. No sé como lo hizo, pero lo consiguió. Nos fuimos ambas a la capital, ya que en donde vivíamos antes era imposible quedarnos, por la mala fama que tenía la pareja. Por lo tanto nos fuimos a vivir a la casa de una hija de la señora.


Apenas la hija me vio, ya le causé cierto desagrado. Con el correr de los días, noté que todo lo que hacía o decía, le disgustaba sobremanera, por lo que muy pronto conseguí, sin proponérmelo, que me echaran a la calle, sin ningún tipo de misericordia.


Entonces no me quedó más remedio que irme a vivir al parque. Los primeros días los pasé muy mal, pero poco a poco me fui adaptando a la nueva situación. Encontré a otros chicos que como yo, frutos de la pobreza y el desinterés de los adultos, se los había empujado al mismo destino que el mío.


Si bien estaba en el peor momento de mi corta vida, conseguí sobrevivir gracias a la seudo camaradería que se dio con los otros niños desarrapados. Rápidamente aprendí que en ese ambiente no existían la solidaridad, el desprendimiento y la amistad desinteresada. Era un constante intercambio de yo te doy, vos me das; yo te ayudo hoy y espero que cuando te lo pida me devuelvas el favor.


Nada era totalmente gratis, todo se cobraba, por las buenas o por las malas, más tarde o más temprano. Esos eran códigos que se debían respetar, de no hacerlo seguro que correría grandes y graves peligros. Sola era imposible defenderme, por lo que tuve obligadamente que aliarme con los otros niños que rondaban por las cercanías.


No me costó demasiado acercarme a mi primera aliada. Era una niña mayor que yo, de unos nueve o diez años, con la que rompí uno de los tantos códigos. Sin saber, había dormido en su banca y en la de su amiguita. Nuestro primer encuentro fue bastante desagradable y agresivo al comienzo, pero luego ella se fue serenando y empezamos a conversar más amistosamente.


Creo que fue ella quien me dio los primeros y más útiles consejos de supervivencia de todos los recibidos hasta ese momento. Me dijo como recién llegada, y viéndome una inocente palomita, que no me metiera con los hombres, que solo pidiera limosna, de hacerlo, mis problemas no tendrían fin.


Y así lo hice por un tiempo. Lo que no sabía y nadie me lo advirtió, fue que cada área de aquel parque, tenía su propio dueño. Y no eran precisamente los niños los titulares de la zona. Existía un jefe de los limosneros, de los recolectores de latitas de cerveza, de los rateros, de los proxenetas de mujeres y los que se  especializaban en prostitución infantil.


Durante los primeros días no tuve mayores problemas, es como si me hubieran dejado vivir de prestado, hasta que el sueño terminó. Un hombre se me acercó y sin muchas vueltas me tomó por un brazo y me llevó a donde no hubieran testigos. De buenas maneras me dijo que si quería seguir viviendo tranquila y trabajando en la plaza, debía darle una jugosa parte de mis ganancias diarias, de lo contrario, me ganaría una buena paliza.


A pesar de toda mi rabia, así lo hice, aconsejada por mi amiga, quien me dijo que no dejara nunca de darle su parte, por poco que esta fuera, de lo contrario me pegaría hasta hacerme desmayar. Ella ya había visto muchos niños golpeados por los “amos del parque”. Mi vida continuó de la misma manera por un tiempo, sin muchos cambios notables.


Hasta que un día, me dejé nuevamente llevar por mi mal carácter. Fue en el preciso momento en que mi “protector” se adueñaba de una parte más grande de lo que le correspondía, y al reclamárselo, recibí un bofetón tan fuerte, que me hizo dar vuelta la cara, echándome al suelo. Se levantó furioso de su asiento, para darme un puntapié. Fue en ese mismo instante en que conocí a Don Manuel.   


Este era un hombre que tenía una cara de santo; que engañaba a cualquiera, luego con el tiempo me daría cuenta de sus verdaderas intenciones para conmigo. Podría decirse que era muy severo, pero también justo. Ese mismo día me llevó a su casa. Me dio una pieza para compartir con cinco niñas más. Me compró ropa usada, pero en buenas condiciones. Llenó mi barriga y me protegió durante algún tiempo, del ataque de cualquier rufián del parque.


Varias semanas después comencé a engordar y mis piernitas de alambre se fueron rellenando. Aquellas nenas, todas un poquito mayores que yo, eran muy malas y envidiosas. Por ser la menor, me tomaron como su centro de burlas, golpes y bromas demasiado pesadas.


Cierta noche de mucha lluvia y tremendos truenos, que me despertaron, Don Manuel vino hasta la pieza y  me pidió que me fuera a dormir con él, ya que tenía demasiado frío. Y era verdad, la temperatura había descendido bruscamente. Una vez en la cama, se me aproximó y me abrazó.


Eso no me molestó, al contrario, el calor de su cuerpo hizo que se alejara el frío intenso de mí. No bien me relajé, sentí que sus brazos me rodeaban y tuve el presentimiento que algo malo me iba a suceder aquella noche y efectivamente, esto en seguida se confirmó. Me sacó toda la ropa tan rápido que cuando me di cuenta, ya estaba desnuda y con su “cosa” adentro de mí.


Esta vez ya no me dolió tanto como la primera vez, pero si sufrí bastante. Tampoco tuve nada de miedo porque Don Manuel, fue gentil y bastante cuidadoso, porque no me forzó, como lo había hecho aquella pareja, si no que se tomó su tiempo. Sí, el abusó de mí, pero fue el único que me dio una verdadera protección en esa tormentosa época de mi vida y es por eso que le estoy muy agradecida.


Durante varias semanas tuvimos sexo casi a diario. A cambio de ello, recibía además de su amparo, buena comida, una cama limpia y ropa más o menos decente. Cuando se cansó de hacerme todas las porquerías que se le vinieran en ganas, entonces me tiró finalmente al  “puterío”. 


Me llevó a una casa vieja que estaba a dos cuadras del parque y que funcionaba como bar, de seis de la tarde hasta las cinco de la madrugada. Era un lugar que siempre tenía un espantoso olor a cigarro y alcohol. Durante el día permanecía cerrado, ya que las mujeres dormían a pierna suelta.


Hasta la cinco de la tarde se podía encontrar ropa colgada por todos lados, especialmente bombachas y corpiños de mala calidad. Luego entre todas, se dedicaban a separar lo limpio de lo que aún seguía sucio y planchar lo que correspondiera. La limpieza era algo que faltaba por doquier,


En ese lugar me daban comida y una cama. Por mi lado, debía limpiar todo lo que pudiera o alcanzaran mis fuerzas. De vez en cuando, me entregaban a ciertos viejos que tenían mucho dinero y como generalmente estaban bastante borrachos, sus “cosas” estaban más muertas que una corvina a la plancha. Por lo tanto, no me hacían gran daño. Solo debía soportar un poco sus asquerosos alientos, bastante toqueteos y tolerar sus panzas grasientas.


Las otras chicas eran malas y envidiosas. No eran mucho mayores que yo. A lo sumo de catorce a quince años. De ellas solo recibía bofetadas y puntapiés. Debía cuidar mi pico, ya que cualquier cosa que se murmuraba en voz alta, era inmediatamente chismoseado a doña Dolly, quien al enterarse se ponía de tan mal humor, que te metía cinto y te dejaba sin comer hasta que aprendieras a no rezongar.


Nadie creía que tenía nueve años. Si bien mi cuerpo no estaba aún muy desarrollado, sin embargo ya pensaba como una persona adulta. De vez en cuando, espiaba a las chicas mientras se arreglaban, delante de un gran espejo, que estaba en una de las salitas de espera. Miraban como les quedaban sus falditas cortas y sacaban sus nalgas para afuera, para verse mejor. Se gastaban bromas groseras entre ellas acerca del tamaño de sus tetas o de sus culos.


Si bien no les tenía miedo a ninguna, su simple compañía me molestaba. De entre todas ellas, solo Delia me caía simpática. Con ella la vida me resultaba menos dura. A pesar de ser algo rellenita, era una excelente bailarina y fue precisamente ella, la persona que me dio las primeras lecciones. Con el tiempo aprendí todo lo que ella me enseñó y algo más.


Cuando no éramos observadas, bailábamos libremente al son de las canciones de moda, que escuchábamos por una vieja radio eléctrica. Algún tiempo después, comenzaron los problemas con doña Dolly, debido a su exagerada ambición. Resulta que ella, teniéndome a mí, le cobraba una pequeña fortuna a los viejos verdes, asustándolos con eso de lo peligroso que implicaba tener sexo con una nena de mi edad y como la comprometía a ella la cuestión.


Entonces los viejos “calentones” pagaban lo que fuera con tal de satisfacer sus mentes podridas, ya que era lo único que a ellos les funcionaba. Sin embargo no satisfecha con esto, me empezó a entregar a hombres mucho más jóvenes y que me exigían más de la cuenta. De vez en cuando, venía don Manuel y nos poníamos a conversar animadamente. Solos o con Delia como testigo. Una vez que se apareció algo borracho, por el bar, le pidió a doña Dolly, que nos mandara a las dos a la habitación ocho, que era la mejor de aquel chiquero.


Sin dar muchas vueltas, apenas llegamos al cuarto, nos ordenó desnudarnos y meternos en su cama. Solo alcanzó a besarnos y toquetearnos un poco nuestras “cositas”, hasta que el efecto de su aguardiente, con un olor semejante al aguarrás, terminó por desvanecerlo del todo. Esto y otras cosas por el estilo, hizo que tomara la decisión de escaparme lo más rápido posible de aquel lugar repugnante.


Delia era la única amiga que había tenido en mi corta vida, por eso pensé en contarle a ella, de mis futuras intenciones. El peligro radicaba en que, en ese tipo de vida no existen los amigos. Si ella me llegaba a delatar, por una cuestión de seguridad y supervivencia, era muy posible que llegaran hasta el punto de matarme. A pesar de mi corta edad, ya había visto varias muertes. La mayoría de niños que se rebelaban contra su suerte.


Decidí por lo tanto, correr el riego y darle a Delia, solo un pequeño indicio de mis intenciones y ella, con solo escucharlo, se estremeció con la simple idea de pensar en las funestas consecuencias. Lo primero que me dijo cuando se repuso del susto, es que si quería escaparme, tendría que desaparecer completamente, sin dejar ningún rastro.


Para la fuga necesitaría mucho dinero, no solo para escapar, si no para borrar toda huella que diera indicios de mi paradero. Las ropas debían estar en buenas condiciones y no parecer con las de una mendiga. Delia era bastante inteligente y sus ideas me sirvieron de mucho, antes de tomar todo el coraje que necesitaba para huir de ese mundo de malvivientes.


Le pregunté a Delia si quería acompañarme, ella me contestó que sí, con mucho gusto lo haría, pero su miedo a ser encontrada era más fuerte que sus deseos de libertad. Me confesó que nunca había sido valiente y que por eso ella seguía allí, pero con vida. Otras nenas de su misma edad, ya estaban muertas y tiradas en cualquiera de los vertederos de los suburbios. El miedo inspirado en el ejemplo era la forma más simple que tenían “los amos” de controlar a sus pequeñas criaturas.


No conocía la ciudad, en realidad no conocía nada. Jamás pude alejarme mucho de cualquiera de los lugares en donde llegué a vivir. Siempre lo hice recluida en alguna casa y cuando daba alguna que otra vuelta, lo hacía bajo la atenta vigilancia y en estrecha compañía de un adulto.


Luego pasaron muchos días hasta que pude nuevamente convencer a Delia a seguir mis pasos. Yo no era tonta, ni mucho menos, pero ella conocía muchas cosas que yo no y viceversa. Nos entendíamos muy bien. Nuestra idea era alejarnos de aquella vida y recomenzar una nueva, muy lejos de aquel lugar. Delia y yo empezamos cuidadosamente a planear nuestra fuga. 


Lo primero que pusimos en práctica fue nuestros trucos para sacarle dinero a los borrachos muy pasados de copas, sin que doña Dolly se pueda enterar. Mientras tanto comenzamos a estudiar el mejor lugar para salir de aquel bar inmundo. Conseguimos abrir una vieja puerta que daba con la azotea, allá en el segundo piso. Por lo tanto, se hizo urgente conseguir largas y fuertes sogas, para deslizarnos en medio de la noche.


Después de dos semanas, estábamos listas para partir. Huir de estos tipos era bastante difícil, pero no imposible. Aquella noche, luego del trabajo y aprovechando que a los guardias y a las chicas se les había ido la mano con la bebida, nos deslizamos en silencio, por el edificio, como dos ratones.


Lo que más me asustaba era que Delia se mostraba demasiado cagona y prácticamente tenía que empujarla a cada momento, como para darle suficiente ánimo. Mi temor era que, conociéndola como creía conocerla, fuera a delatarme, en caso de ser atrapadas, al caer nuevamente en las manos de don Manuel o los guardias de doña Dolly y al “apretarla”  un poco, que llegara a cantar como un pajarito, que yo fui en realidad la que puse la idea.


También estaba la posibilidad que me dejaba plantada en cualquier lugar y ella volviera sola al bar. Eso me dejaría totalmente indefensa y yo sin saber a dónde ir, caminaría por horas en círculos, para finalmente caer nuevamente en las garras de aquellos malditos vividores. Por suerte mis pensamientos negativos no se cumplieron y pudimos dejar aquel endemoniado lugar.


Esa última noche nos bañamos como nunca, por lo tanto, nuestra piel relucía de limpia. Nos pusimos ropa vieja para dormir y durante el escapada. Luego fuimos a un baño de la terminal y nos cambiamos. Enseguida salimos de ese lugar, lo más rápido posible. Ese era uno de los peores lugares para ir, ya que era el sitio más frecuente al que se acudía para reclutar a futuras pupilas.


Yo no era demasiado conocida, pero Delia sí, por lo tanto, si nos pescaban, ambas estábamos con un pié en el cementerio. Caminamos un par de cuadras hasta alejarnos del barullo de la gente. Cuando divisamos el ómnibus, que nos llevaría a nuestro nuevo destino, respiramos un poco más aliviadas y nuestro corazón volvió a su lugar natural. Nadie nos conocía, y para que todo siguiera así, no debíamos ser estúpidas y descuidadas al hacer movimientos demasiado aparatosos y que pudieran delatarnos.


Al descender del vehículo, en el que habíamos dormido casi todo el viaje, nos dirigimos hasta un hotel cercano. El dueño nos miró con total desconfianza y asombro, pero aceptó de muy buenas ganas nuestro dinero, y sin hacer ningún tipo de preguntas. Apenas pusimos nuestras cabezas sobre la almohada, nos quedamos dormidas como piedras y sin cenar. Al otro día nos fuimos bien temprano a caminar.  


Durante el tiempo que estuvimos en lo de doña Dolly, nosotras ganamos muy bien, solo que nunca veíamos dinero, ya que únicamente teníamos acceso a las propinas. Pero en aquellas últimas dos semanas, pudimos sacarle muchísimo dinero a los viejos y a los  borrachos. Tanto como nunca habíamos visto tal cantidad de billetes juntos.


Lo llevábamos escondido entre los falsos bolsillos que le habíamos hecho a los nuevos vestidos. Ese dinero nos permitiría vivir sin trabajar por algún tiempo, hasta ver que es lo que podíamos hacer para ganar algo. Hay que tener en cuenta que éramos unas nenas, campesinas, perdidas dentro de una gran ciudad, sin documentos y sin saber leer ni escribir.                  


Aún así comenzamos a ver qué cosa podíamos hacer, sin despertar muchas sospechas. Una niña de mi edad, junto con otra de catorce años, más o menos bien vestidas y deambulando por la calle, sin un adulto cerca, no era nada común. Teníamos todos los hábitos y costumbres de las callejeras y no sabíamos como comportarnos de otra manera. Si hubiéramos podido aprender, aunque más no fuera, un poco de modales, quizás en ese momento nos hubiéramos sentido más tranquilas y no levantaríamos ningún tipo de sospecha.


La gente de don Manuel y doña Dolly, jamás nos iban a perdonar a ninguna de las dos, habernos escapado. Era una tremenda burla para  un ejército de guardias bien pagados, para que dos nenas se les escabulleran delante de sus propias narices. Para ambos, representábamos mucho dinero, tanto como el que nos decían hasta el cansancio, todo lo que habían invertido en nosotras dos.


Solo cuarenta y ocho horas estuvimos en aquel hotel, porque conseguimos un trabajo en la casa de una familia con mucho dinero. La suerte quiso que nos encontráramos en un supermercado, donde hacíamos las compras, a una señora que se nos acercó y nos  preguntó si conocíamos a dos jovencitas que quisieran cuidar a cuatro criaturas de corta edad.


Les dijimos que a nosotras nos interesaba, pero que no teníamos experiencia en el tema, porque ambas éramos hijas únicas, sin embargo, pondríamos el máximo empeño en hacer bien las cosas. Nos preguntó sobre nuestros padres, a los que le contestamos que era buena gente del interior y que nos habían enviado por un tiempo para que conoceríamos un poco la ciudad. Vivíamos en la casa de una tía de Delia. A toda costa quería saber la dirección de la tía. Por lo que no nos quedaba otro remedio que responderle que sabíamos cómo ir, más desconocíamos los nombres de las calles.


Por fin después de mucho palabrerío, nos dio la dirección de su casa, con un dejo de desconfianza, pero fue nuestra actitud emprendedora la que la dejó más o menos conforme. Brevemente nos hizo un planito y nos explicó cómo llegar hasta su domicilio. Al otro día, pagamos el hotel y nos fuimos con todo nuestro equipaje. No podíamos desaprovechar esta oportunidad que teníamos de recomenzar nuestras vidas.


Era el inicio de una nueva etapa. Delia finalmente se mostró como una buena amiga, ya que el empleo se lo ofrecieron a ella, pero le dijo a la señora, con un tono bastante firme, que no aceptaría el ofrecimiento si no nos contrataba a las dos. Aquella, tras titubear unos segundos, aceptó.


Solamente tres semanas estuvimos en aquella casa y durante todo ese tiempo, lo pasamos muy bien. Justo cuando nos estábamos acostumbrándonos a la nueva vida, un hecho inesperado y desafortunado vino a quebrar nuestra armonía; sin saber que más tarde este acontecimiento marcaría a fuego todo nuestro destino a seguir. El hijo mayor de la señora, acostumbraba a robar pequeños montos de dinero, como para sus vicios, cosa que todos sabían, pero como las sustracciones eran casi insignificantes, no pasaba nunca a mayores.


Sin embargo el muchacho comenzó a involucrarse con el “purete”, por lo tanto, sus gastos se hicieron mayores. Los simples robos de monedas pasaron a billetes  y luego a cheques. La familia era pudiente, por consiguiente, no reparaba en semejantes nimiedades. Hasta que llegó el día en que desapareció un collar valuado en varios miles de dólares y por supuesto que me culparon a mí y a Delia. ¿A quién otras, si no?


Ambas soportamos los insultos y humillaciones, que nos tiró encima la patrona y toda su familia, pero las soportamos a pie firme. Con la cabeza gacha y los ojos llenos de lágrimas. Nos habíamos vuelto prostitutas, mendigas, demasiado mentirosas, pedigüeñas, muy burlonas, descreídas, tramposas, pero nunca ladronas. Jamás habíamos tocado algo que no nos perteneciera y fue una condición para que Delia fuera mi amiga.


Las otras chicas se robaban descaradamente entre ellas. Lo que le sacamos a los viejos y borrachos, eran solo propinas que nos la ganábamos haciéndole unos cuantos extras y ese fue el único medio que teníamos a mano y que nos posibilito que la fuga tuviera éxito.


Nosotras le pedíamos a los viejos verdes hacerles “cositas” que no estaban contempladas en la tarifa básica y esto los enloquecía y excitaba, llegando, por lo tanto, a pagar lo que fuera por estos apreciados servicios adicionales. Siempre en una secreta y pícara complicidad.


Nos amenazaron con enviarnos presas si no confesábamos. Si en realidad hacían esto, estábamos realmente fritas, porque ahí todos los esqueletos que ambas teníamos guardados en el armario, se nos vendrían encima. Como nosotras sabíamos todo lo que pasaba en la casa, a pesar del corto tiempo que llevábamos viviendo en ese lugar, decidimos contraatacar.


Al principio no nos creyeron y pensaron que lo hacíamos para evadir la culpa, pero una de las hermanas menores del muchacho, entre llantos entrecortados y remordimiento, confesó la culpabilidad de su viciado hermano. Sin embargo, a pesar de ser totalmente inocentes, eso no impidió que nos enviaran a ambas a la calle. El motivo no importaba, era un simple detalle. 


Eso sí nos pagaron todo lo que nos debían y un poco más. Por lo visto era nuestra mala suerte de perra vida o vida perra, o lo que fuera en llamar.


Justo en el único y mejor momento de nuestras cortas vidas, en que no sentimos dolor ni hambre, ni frío y pudimos dormir en camas blandas con hermosas sábanas y un cuarto decorado con un empapelado de flores y solo para nosotras dos. Con nuestra propia televisión color, algo viejita, pero que funcionaba bastante bien.


Sin embargo todo lo bueno se acaba pronto y este cuento de hadas también se terminó mucho  más rápido de lo previsto. Con nuestros huesos nuevamente en la calle, nos pusimos a recorrer un poco, hasta que, cansadas de transportar nuestras cosas por media ciudad, nos encontramos con una hermosa plaza y no dudamos un instante en ocupar un banco y descansar un momento.


No hacía mucho calor, por lo tanto, el clima era agradable. No habíamos comido casi nada aquel día, producto de los nervios que habíamos pasado en las últimas cuarenta y ocho horas.
Pero en compensación, teníamos ahorrado suficiente dinero para aguantar hasta que consiguiéramos otra cosa. Ambas veníamos de pasar grandes necesidades y estábamos al tanto que el dinero se gasta demasiado rápido, mucho más que para ganarlo. 


Éramos dos criaturas, no sabíamos hacer nada y para peor, habíamos fallado con el primer empleo decente. De limpiadoras sería lo único en que nos emplearían, pero con eso no se gana casi nada. Por lo tanto mi amiga y yo sabiendo positivamente que en muchos lugares no nos aceptarían y como ambas temíamos volver a cualquier tipo de orfanato, decidimos arriesgarnos y volver a las andadas.


Seguí los pasos de Delia, los que nos condujeron a un cabaret de mala muerte, enclavado en uno de los barrios marginales de la ciudad. Cuando entramos, la oscuridad era profunda y nuestros ojos tuvieron que esperar unos instantes hasta que se acostumbraran. Luego de un instante, pudimos divisar las siluetas de varias mesas y sillas, y al fondo del local, un par de cuerpos que se movían muy lentamente.


Cuando llegamos a la barra, la luz se hizo más notoria y una voz ronca y hostil nos ordenó inmediatamente salir de aquel lugar. Aquí no damos limosna a las mocosas, dijo otra voz, a la que no se le alcanzaba a distinguir su cara. Delia tomó la iniciativa y les dijo a ambos que éramos bailarinas profesionales. Sus carcajadas me irritaron sobremanera y casi sin darme cuenta, los mandé a la mierda. Ellos se rieron mucho más que antes y yo presa de rabia, les dije que nos probaran.


Se serenaron y aprobaron la medida. Se encendieron algunas luces y recién Delia y yo nos dimos cuenta de las verdaderas dimensiones de aquel lugar. Subimos a una tarima, el sonidista del lugar puso en funcionamiento el equipo de sonido. Sin maquillaje y trajes adecuados, comenzamos a movernos. Apenas se podían ver sus rostros, a pesar de tener las cegadoras luces enfocadas a nuestros ojos.       


Nunca fui tímida, pero esta vez fue un poco distinta la cosa. Me costó entrar en clima. Sin embargo Delia, a un costado mío, bailaba que era una maravilla. Hicieron un alto y la eligieron a ella. Ante las muy probables perspectivas de separarnos nuevamente, les pedí una nueva oportunidad y esta sí, que no la desaproveché.


Comencé a bailar como una loca, en una danza sensual y provocativa, que hasta Delia, paró de bailar y se puso a mirarme detenidamente. Nunca habíamos practicado semejante cosa, pero la sobrevivencia estaba en primer lugar. A los tipos les gustó y nos tomaron a las dos. Cuando me preguntaron la edad, les costó creer que a los once años de edad, ya me animara a bailar en un “night club”.


Los dueños del local no estaban convencidos de tener a dos menores en el escenario. Bastante tenían con los reiterados registros de drogas y denuncias de prostitución, como para meterse en otro lio mucho mayor. Inmediatamente nos acomodaron en una de las habitaciones del fondo, la cual quedaría reservada exclusivamente para nosotras dos. No nos dijeron nada, pero sabíamos que tarde o temprano nos meterían de nuevo en la “putería”. Delia y yo ya no queríamos más esa vida.


Pasaron varios días y comenzamos a afirmarnos en el baile. La voz se había corrido y comenzaron a venir clientes solo para vernos bailar. Como nuestros cuerpos no estaban muy desarrollados aún, metíamos goma espuma, de un colchón viejo que encontramos en el fondo, en nuestros corpiños y algo parecido atrás, como para aparentar tener más nalga. 


Pero lo que tenía que pasar finalmente pasó. Después de terminar las tres salidas a escena, vino a verme el dueño y me dijo que estaba en una de las mesas, un amigo suyo, que se había quedado loco conmigo y quería que yo “lo tratara bien”


Antes de intentar zafarme de la situación, me amenazó con entregarme a la policía y si eso no me asustaba, que me violarían todos ellos y luego me matarían. Por la cara que me puso y a pesar de la poca experiencia que tenía en la vida, era evidente que ese hombre no estaba bromeando de ninguna manera, por lo que me di por enterada de la indirecta y no pude negarme.


Luego de este hombre, fueron uno tras otro, pero en sucesivos días y pasé de bailarina a nuevamente prostituta. Justamente todo lo contrario a mis deseos. Había dado una gran vuelta y para retornar al mismo punto de partida, con el agravante que esta vez, no sabía cómo escapar de estos tipos. Eran más vivos que doña Dolly y que don Manuel juntos, y por supuesto mucho más peligrosos. Con ellos no había que jugar, de lo contrario, terminaría con suerte, flotando en medio de la bahía de Asunción.


Delia era mayor que yo y por lo tanto le tocaba la peor parte. A mí me reservaban para los clientes más importantes. Como ya dije una vez, nada es gratis en esta vida y cuando compras algo, seguro que el precio es bastante alto.


Al sexto mes de estar allí, ¡quién iba a decirlo!, que teniendo 12 años de edad, ya quedaría embarazada. Era una cosa de locos. No sé cómo pasó, si yo tanto me cuidaba y Delia siempre me ayudaba con esos menesteres, pero igual sucedió. La policía comenzó a rondar a aquella cueva. Esta vez los “volai” ya no aceptaban dinero para mirar hacia el otro lado. Desde arriba los estaban presionando y necesitaban resultados concretos para “cepillar” bien a sus jefes.


Además nuestra fama de buenas bailarinas despertó la curiosidad de mucha gente importante. Por tanto y antes que hubiera problemas mayores, nuevamente nos vimos con los huesos en la calle.


Fue en esas circunstancias que conocí a Sergio. Él era un muchacho de unos 19 años, alto, moreno claro, de hermosos ojos negros brillantes, quien aparentemente, comenzó a preocuparse por mí. Era uno de los tantos rateritos que hormigueaban por la ciudad. Sin embargo, conmigo era gentil y amable. No era el suyo el mejor oficio del mundo, pero yo tampoco era una santa. A pesar de saber él, lo que yo era y toda mi situación, jamás intentó aprovecharse. Eso hizo que rápidamente naciera un sentimiento muy especial hacia él. Nos cobijó a mí y a Delia, sin hacer ningún tipo de preguntas.


Era una relación muy particular. No me pedía nada que yo no le quisiera dar. Poco a poco y sin quererlo, me fui enamorando. Era muy feliz. Por primera vez en toda mi corta vida, era total e inmensamente feliz. Se me notaba en la cara y en cada poro de mi cuerpo. No obstante, todo lo bueno siempre tiende a terminar demasiado rápido. Una tarde, casi cuando estaba oscureciendo, vino él, a casa muy contento y me dijo que mientras esperaba a sus amigos, que estaban “trabajando” dentro de una relojería, se le ocurrió escribirme unos versos.


Intrigada y curiosa, como toda mujer, le pedí que me lo mostrara, pero unos golpes muy fuertes en la puerta de calle, interrumpieron la conversación. Era la policía en pleno que lo había seguido a Sergio hasta la casa. Intentó escapar por una ventana, pero tras una violenta patada, los agentes enseguida lo rodearon. Quise salir a defenderlo y uno de ellos, el más corpulento, me empujó violentamente contra una de las paredes.


Los ojos de Sergio se transformaron y su cara roja de ira e indignación se asomó. En un esfuerzo supremo, aún siendo bastante “piru” en comparación con los tipos, se zafó de sus captores y corrió nuevamente hacia la misma ventana. Uno de los policías desenfundó su arma y sin mediar palabras, le disparó a quemarropa. Quise protegerlo, pero aquel descargó todo su cargador, hiriéndonos a ambos.


Estando en el piso, vi como su cuerpo inmóvil, despedía abundante sangre, a través de los agujeros de bala. Percibía que todo iba oscureciendo alrededor de mí. Lo último que recuerdo, fue que los hombres se gritaban, unos a otros, en procura de una ambulancia. Estaban asustados, ya que Sergio no portaba armas y los impactos habían sido por la espalda.


La ambulancia tardó mucho tiempo en llegar. Pude sentir la velocidad del vehículo, durante todo el trayecto. Los médicos y las enfermeras se entrechocaban intentando socorrerme. Preguntaba con una voz demasiado débil, como se encontraba Sergio, pero nadie me respondía. Varias veces perdí el conocimiento. Pero estuve lúcida cuando entre a la sala de cirugía y pude ver todos los preparativos antes de la operación.


Por la cara de los médicos y las voces nerviosas con la que impartían  órdenes a sus asistentes, supuse que algo no andaba bien. Pregunté por Delia y nadie sabía nada de ella. Desperté luego en una cama. No pude reconocer a esa habitación. Me encontraba totalmente sin fuerzas y mareada por completo.


Los médicos iban y venían como abejas alrededor de la miel. Luego llegó un médico de mucho más edad que los otros y me dijo que había perdido a mi hijo y que mi condición era desesperante. No paraba de sangrar, a pesar de todos los anticoagulantes que me suministraron durante la intervención quirúrgica. Me entregó un papel ensangrentado y me dijo que me lo enviaba Sergio. No quiso contarme en qué condiciones él se encontraba. Tenía muchos mareos y mis ojos apenas podían enfocar las letras.


Intenté tomarlo con las dos manos y lentamente lo acerqué hasta que aquellos garabatos tuvieron cierto sentido para mí. Con mucho esfuerzo pude leer los versos que Sergio me había escrito, solo para mí. La única persona que había hecho algo bueno, hermoso y honesto, solo pensando en mis sentimientos, sin importar la poca cosa que yo me sentía. Mis labios comenzaron a moverse casi sin despegarse:    

Tristezas

Cuando estés triste y no sepas a donde ir,
ven aquí, que yo te consolaré.
Cuando estés triste y necesites
desahogar tus penas de tu corazón,
cuéntame todo lo malo que
existe en tu vida y juntos trataremos
de solucionar uno a uno tus temores.
Siempre que confíes en mí, podremos
conquistar el mundo.
No necesitas ahogarte en tus penas,
si me tienes a mí para que te proteja
de los conflictos en los que
te encuentras totalmente sumergida.
El capricho es un mal consejero y
tú que te  aferras a ellos sin justificación.
Si me escuchas, tu vida cambiará, así
como cambió la mía.
Óyeme, óyeme de verdad y el mundo
lo verás de otra manera, más puro,
más limpio, más claro, más cálido,
más dulce y mucho más promisorio.

El médico que estaba a su lado, fue un mudo testigo, cuando observó que la niña dejó escapar un suave suspiro y aquel papel ensangrentado, cayó muy lentamente de entre sus dedos, al piso. Le tocó suavemente la yugular y notó con la certeza de la experiencia, que ya había dejado este mundo.


Entonces, por simple curiosidad, levantó el papel del piso y lo leyó. Una grosera mueca cubrió por un instante su cara. Solo atinó a decir, con cierta rabia, que venía de lo más íntimo suyo, y en una voz apenas audible:
-- Vida perra.
Lo estrujó con cierta irritación, dio media vuelta y fue en busca de otro paciente que necesitara de su servicio.

FIN

3 comentarios:

Salvatore Brienza dijo...

Vida Perra enfoca la realidad de muchas jovenes LATINOAMERICANAS.
Es muy buena, tiene giros argumentales, y es dinámica.
Creo que esta escrito en dos estilos, propios del escritor que piensa como argentino y escribe como Paraguayo.
Dos estilos..., por un lado un lenguaje casi porteño..., y un final mas paraguayizado..., lleno de con palabras en guaraní..., dolor y angustia.
El giro argumental, y la esperanza de encontrar una salida al problema del personaje es el eje principal su problema.
No hay diálogos, o quizás los mismos son imaginarios.
Tampoco hay descripciones de los lugares en los cuales se realizan las acciones de los personajes.
El personaje principal es un ser sin nombre y sin rostro que sólo sufre penurias, es lo que todos, de alguna manera sufrimos.
Los saltos en el tiempo, son encarados de manera general, con la finalidad de que en 11 paginas se sintetizen las ideas de varios años de vida.
Hay esperanza de que cambie la vida del personaje, pero siempre está la sombra de los abusadores.

RISTE dijo...

Excelente descripción para un tema demasiado difícil y doloroso. No hay diálogos pero si dos narradores. La niña habla con su idioma y el escritor con el suyo, mezclándose según convenga o necesite el relato. Uno no es porteñizado, si no más culto. El otro el que podría venir de una niña sin instrucción salvo el que imparte la calle. Es un cuento de laboratorio, buscando una forma de comunicación entre lector y autor. Siento que voy hallando un estilo diferente con sello propio, más aún estoy muy lejos de lo que pretendo llegar en literatura. Voy por buen camino pero me queda mucho por recorrer antes de estar enteramente satisfecho con mi trabajo.

Sixpack Chopra dijo...

Te falta más práctica.