Nos deja físicamente, pero nos lega su ejemplo de compañero, de honestidad y de lucha.
Péina ápe
aheja che ñe’ẽ.
Toveve
toipykúi
tekove rape…
(He aquí/ que dejo mi voz. Que vuele/ que emprenda/ el camino de la vida…)Del poemario: Tojevy kuarahy (Que vuelva el sol)
Félix Giménez era solo un joven estudiante cuando los policías, en un acto de persecución política, lo detuvieron injustamente y le ordenaron quemar una de sus primeras creaciones escritas. Como reacción ante semejante situación, ese muchacho idealista no hizo nada más que encender la “fogata literaria” ordenada por el agente, pero ni triste ni abrumado, pues decidió realizarlo para poder después dar testimonio de lo sucedido como un ejemplo de las tantas vejaciones cometidas contra los paraguayos por los mandamases de turno y sus secuaces, durante un gobierno sin justicia ni derechos para el pueblo. Y cumplió, este incidente se encuentra genialmente narrado en su libro “Cuentos clandestinos”, dedicado a la memoria de quienes lucharon contra los opresores.
Lastimosamente esta anécdota sería solo una de tantas referidas a persecuciones perpetradas en su contra por distintos gobiernos totalitarios del Paraguay. Los agentes de Higinio Morínigo (1940-1948) lo apresaron por los delitos de haber escrito y “encima” representado una obra en guaraní de contenido social llamada Mboriahu Rekove (La vida del pobre), que estaba incluída en el índice de libros prohibidos por la dictadura; por lo que fue confinado a un puesto militar en el Chaco (zona norteña semi árida, poco comunicada y con escasez de agua), donde enfermó a causa de los trabajos forzados.
En años siguientes, recibió numerosas muestras de algunos de los tantos totalitarismos que asolaron por décadas a Latinoamérica: fue hecho preso político y torturado en varias ocasiones; obligado a abandonar sus estudios universitarios; y, más de una vez exiliado. Se lo merecía, por cometer graves delitos como ser poeta (también escritor), izquierdista y denunciar los males sociales con su trabajo.
Los que tuvimos el honor de conocerlo apreciábamos su vocación social. Ya han pasado casi quince años del día en que siendo un estudiante universitario en la Feria del Libro de Asunción hablé con un anciano bonachón que vendía sus propias obras, un hombre lleno de juventud, esperanzas por una patria mejor, y de un entusiasmo que pocas veces se ve en los adultos. Yo iba acompañado de una compañera, y como ambos éramos activistas gremiales de la Facultad, lo invitamos a visitarnos, a lo que accedió gustoso.
Ese sería el inicio de una serie de actividades y proyectos con los estudiantes de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción; de una persona que llegaba en transporte público a impartir increíbles conferencias (por las que no cobraba), y que como muy pocos pueden hacerlo en Paraguay: vivía de la venta de sus libros y de una que otra clase que daba en institutos.
Desde un comienzo supimos que estábamos ante un excepcional del idioma guaraní, que nunca dejó de escribir, luchar y trabajar por su lengua materna tan querida y por su soñado Paraguay, aun teniendo que soportar más de veintiséis años de destierro, eso sí, denunciando al mundo los horrores de la tiranía de Stroessner (1954-1989) a través de radio Moscú, mientras trabajaba como un investigador y profesor de guaraní en la lejana Unión Soviética; claro, esto luego de tener que sobrevivir por con su familia como obrero fabril en Buenos Aires y otros países.
Una vez iniciada la transición a la democracia, decidió retornar a su querido terruño, sin el recibimiento ni honores que otros tuvieron, pero con la fuerza y empecinamiento suficiente para publicar la mayor parte de sus obras, a un ritmo de varias por año. Volvió, a pesar de que no sólo había sufrido reiterados maltratos y exilios, sino que también las sucesivas dictaduras paraguayas (o conflictos políticos) en tres ocasiones le impidieron concluir la universidad.
Esas tres carreras truncadas eran una deuda del país con él, y como nunca alcanzó un merecido título terciario, las universidades se tuvieron que privar de sus conocimientos como profesor. En el 2001 muchos estábamos de acuerdo con que tenía por demás los méritos para ser un “doctor honoris causa”, y se lo pedimos a la Universidad Nacional de Asunción a través del Centro Estudiantes de Filosofía, del cual yo era dirigente en ese entonces.
Con tremenda ingratitud y burocracia, los documentos (comprobantes de publicaciones, reiterados homenajes, hoja de vida, premios y distinciones) quedaron en el congelador, hasta que recién seis años después las circunstancias políticas favorecieron al profesor, y logró el título honorario que tanto se merecía, el mismo día que otro gran luchador de los derechos humanos lo recibiría, el Prof. Luis Alfonso Resck. Aunque ya era tarde para la docencia, pues se había retirado.
Por fortuna, a pesar de no haber ganado un gran premio internacional (quizás por cultivar una lengua indígena y mestiza), en su país fue en muchas otras ocasiones distinguido y agasajado. La Orden Nacional del Mérito en el grado de “Gran Cruz” fue la segunda medalla que le entregó el gobierno nacional (2009), siendo la máxima distinción gubernamental alcanzable por un paraguayo. Además, el Ateneo de Cultura Guaraní, le dio un gran regalo de cumpleaños el año pasado, y lo nombró Doctor en Lengua y Cultura Guaraní.
Con cierta frecuencia los diarios lo entrevistaban o contaban sobre los muchos reconocimientos que recibió en vida. Justamente, lo vi por última vez cuando la Academia Literaria de la secundaria más importante de la zona en que vivía (CNL: Lambaré) le otorgó la distinción de llamarse como él; era noviembre del 2008 y el profesor ya empezaba a sufrir los embates de la diabetes, su visión, memoria y oído habían menguado, pero no su espíritu. Aún recuerdo con claridad la imagen de él sentado, hablando a los estudiantes en un emotivo discurso, invitándolos a escribir, a trabajar por el guaraní y el país, a seguir sus sueños.
Si usamos aquí frases que puedan parecer trilladas o repetitivas, eso no les quita verdad, pues quienes lo conocimos de cerca lo recordaremos como lo que era: maestro y amigo, representante de la humildad de los que creen en sus ideales, siempre cerca de los jóvenes, soñando, trabajando, escribiendo. Nació y vivió pobre, en el seno de una familia campesina como nieto de indígenas mbya de Paraguarí, y quizás esto fue un impulso más para comprometerse con las injusticias sociales y ser un hombre que con toda su sabiduría, capacidad y esfuerzo se mantuvo siempre cerca del pueblo. En verdad su más grande obra fue su propia vida,
Y quién sabe, su hija Galia es una de las contadas cineastas de nuestro país (María Escobar, Réquiem por un soldado), y es verdad que bien vale una película la vida de Félix de Guarania (es este su merecido seudónimo), sería un ejemplo para los jóvenes a quienes él tanto quería y a los que soñaba legar una mejor nación. Además, extrañamente hay escasísimas películas que nos recuerdan o se ubican en el contexto de los horrores de las dictaduras paraguayas del siglo XX. Esos regímenes y biografías como las del Dr. Félix deben ser exploradas, conocidas por las nuevas generaciones para no dejar repetir los errores.
Él mientras vivió hizo muchísimo, no sé de dónde sacaba tanta energía y tanto tiempo, pasaba gran parte del día trabajando en su estudio, rodeado de sus libros y de otros autores, escribiendo sus diccionarios, poemas, cuentos o traducciones. Dejó un gran legado, tradujo al guaraní al Martín Fierro, El Quijote, fábulas de Esopo, El Capital de Marx y Engels, obras de García Lorca, Molière y Gustavo Adolfo Bécquer; colaboró en las traducciones de la Constitución Nacional de Paraguay y de la Biblia; y escribió decenas de obras literarias y estudios sobre el guaraní.
Parecía que nunca se agotaba, casi siempre andaba ideando grupos culturales, acciones sociales, reuniones con jóvenes o encuentros culturales. No se comportaba con el ego de un gran autor distante, a los que conocía nos trataba como a un amigo más, a pesar de llevarnos más de 50 años. Sé también que acostumbraba regalar sus libros a bibliotecas y estudiantes, aunque gran parte de su manutención provenía de la venta de los mismos, pues tuvo que fundar su propia editorial para alimentar menos a los editores y más a su familia. Fue un creador incansable, solidario, tenaz y luchador.
Espero que el país aprenda a homenajear a sus héroes civiles, pues es sorprendente que un dictador como Morínigo aún le dé su nombre a una ciudad y otros como José Asunción Flores, Doña Coca, Josefina Plá, y ahora Don Félix, sean usualmente dejados a un lado. Su pérdida nos duele mucho, pero se fue como prometió, murió hace unas horas con la pluma en la mano, y supongo que con la sonrisa en los labios por el deber cumplido.
Muchos lo recordaremos como el Karai Guasu que era (Gran Señor, honorable, conocedor), rodeado de amigos y luchadores sociales, recitando orgulloso alguno de sus poemas. Como el que presentó en su querida Facultad de Filosofía en 1999, dedicado a los jóvenes héroes del marzo paraguayo (resistencia civil contra el autoritarismo); uno que con sutiles palabras relata los hechos y sentimientos de esas trágicas jornadas juveniles, campesinas y sociales; invitando a hacer lo que él mismo practicó toda su vida : “Hay alboroto en la plaza… ¡vamos carajo a defender a la patria!”.
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