Carlos Salas |233grados.com
David Leigh, jefe del equipo de investigación del diario británico The Guardian, acaba de presentar en España su libro “Wikileaks y Assange” (Editorial Deusto). Escrito junto con otro periodista de ese medio, Luke Harding, narra las vivencias que supuso entablar relaciones con Julian Assange, publicar las filtraciones más famosas de la historia y estremecer al gobierno de los Estados Unidos.
“El periodismo de investigación en los grandes medios ha resurgido gracias a Wikileaks”, afirma Leigh con satisfacción. Con presupuestos cada vez más escasos para pagar investigaciones costosas, los medios estaban aparcando a los periodistas de investigación. Y justo en ese momento ha aparecido Wikileaks.
“Estoy entusiasmado”, afirma cuando se le pregunta por la experiencia de haber publicado los documentos de EEUU, desde los cables hasta los parte de la guerra de Afganistán e Irak. Leigh conoció a Assange personalmente en una fiesta de periodistas noruegos en marzo del año pasado. Como relata en un capítulo del libro, Assange le pidió que le acompañara a su habitación del hotel parta ver “algo muy especial”. Era el video donde un helicóptero Apache dispara y mata a varios iraquíes, y a dos periodistas de la agencia Reuters. Aquel video supuso el lanzamiento mundial de Wikileaks, y la elevación de Assange al podio de la fama mundial, “como una estrella del rock”, dice Leigh.
Sobre Assange, afirma que es la persona con mayor ego que conoce. “Todos los periodistas tenemos ego, pero no hay comparación con el de Assange. “Es una persona difícil, volátil, algo chulo y matón”. Pero Leigh no le imputa de ningún modo que sea un acosador o violador, como le acusan en Suecia. De hecho, en el libro explica los detalles más escabrosos de las relaciones sexuales de Assange con dos mujeres que admiraban Wikileaks y al propio Assange. Pero de ello no se deduce ningún delito.
El periodista australiano y fundador de Wikileaks, intentó evitar por todos los medios que The Guardian publicara sus extrañas aventuras sexuales. “Pero si queremos ser transparentes con los papeles de EEUU, también debemos serlo con Assange”, afirma Leigh. De hecho, las relaciones entre Assange y The Guardian empeoraron a partir de la publicación de los trapicheos sexuales de Assange.
En el libro se narra también los casi cómicos sucesos que rodearon el lanzamiento de la exclusiva mundial. Cinco periódicos internacionales (The Guardian, The New York Times, El País, Le Monde y Der Spiegel), pactaron publicar al mismo tiempo los cables de las embajadas de EEUU a finales de noviembre. “Era una combinación difícil porque Le Monde es vespertino y Der Spiegel es semanal”, dice Leigh. Resultó que una camioneta de reparto de Der Spiegel distribuyó por error varios ejemplares en Basilea, Suiza, antes de lo pactado.
Los suizos comenzaron a conocer los cables de EEUU antes que nadie, y hasta usaron Twitter para comunicar los contenidos. En ese momento, los otros medios implicados en el lanzamiento veían absortos e impotentes cómo su gran exclusiva conjunta estaba siendo reventada por un repartidor. Al final, las máquinas se pusieron en marcha, y comenzaron a publicarse los cables tal y como se había pactado.
Leigh confiesa que ninguno de esos medios ha pagado por las exclusivas, pero esas exclusivas han dado mucha notoriedad a Wikileaks. “Le dimos credibilidad”.
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