'In un placete de La Mancha of which nombre no quiero remembrearme, vivía, not so long ago, uno de esos gentlemen...'. Así empieza el 'Quijote' en spanglish.
Es una muestra de la evolución del español que nos plantea diversas cuestiones.
¿Cómo será en el futuro? ¿Sin haches? ¿Sin ñ? ¿Cn ltras d tclad? Spanglish? ¿Fusionado con el inglés? ¿Espachino?
¿Quo vadis, lengua española?
¿Hacia dónde vas? Dónde wilaryú? ¿A desplazarte definitivamente a América y dejar España como una lateralidad residual? ¿A experimentar en breve unos cambios ortográficos, sintácticos y gramaticales muy profundos? ¿A convertirte del todo en spanglish y fusionarte después con el inglés? ¿A disputar en unas décadas una nueva frontera con el idioma chino, el más hablado en el mundo?
Las lenguas son seres vivos
Nacen, crecen, se desarrollan, a veces mueren. Los procesos de evolución, lentísimos antes, son ahora mucho más rápidos. La revolución tecnológica, Internet, la globalización, los medios de comunicación on line accesibles desde todo el planeta, las grandes explosiones demográficas, las migraciones masivas... son ahora los aceleradores. ¡Incluso las telenovelas o el cine o la música popular!
¿Cómo lo llevará nuestra lengua? ¿Hay darwinismo entre los idiomas y solo sobreviven aquellos que son capaces de adaptarse al cambio?
El español o castellano, nacido hace más de mil años, aunque no se sabe con precisión cuándo, ha dado en sus largos siglos de historia muchas pruebas de una pujanza, un dinamismo y una capacidad de adaptación muy superiores a casi todos los idiomas que tenía por vecinos.
Quizás sea su origen como una lengua de frontera
Su nacimiento en el mestizaje y la fusión, lo que le da esa capacidad para expandirse en territorios de otras culturas y para asimilar y hacer propios muchos elementos ajenos. ¿Seguirá siendo así en este nuevo mundo que se nos está abriendo?
Vámonos muchos siglos atrás, reconstruyamos el camino recorrido antes de elucubrar con el futuro. Viajamos a una remota comarca montañosa del norte de la Península Ibérica, en la actual provincia de Burgos. Es realmente pequeña, y está casi encajonada. Tiene al norte los montes Cantábricos, al este los montes Vascos, al sur los montes Obarenes y el curso alto del río Ebro. La zona ha sido rebautizada. "Bardulia, quae nunc apellatur Castella", dice un documento firmado el 15 de septiembre del año 800, en la fundación del monasterio de San Emeterio en Taranco de Mena. Traducido del latín.
"Bardulia, a la que ahora llamamos Castilla"
El nuevo nombre lo toma porque la zona se ha llenado de fortificaciones, de castros y castillos levantados para defender una frontera múltiple y peligrosísima. La zona, en fin, es la avanzadilla del reino cristiano de León hacia el reino cristiano de Navarra y, sobre todo, hacia el emirato musulmán de Córdoba, luego califato. Hasta los cronistas árabes han reparado en las fortificaciones: llaman a la comarca al-Quila, que quiere decir "los castillos".
Esta ha sido siempre una tierra de paso, de mezclas, de fusión, de mestizajes. También de litigios, de guerras frecuentes. Aquí se han cruzado, para bien y para mal, los íberos con los celtas, los vascones con los pelendones, los bárdulos con los caristios y los autrigones, los cántabros con los romanos... Los romanos de la Hispania Citerior con los de la Hispania Ulterior. Los alanos con los suevos. Los visigodos con los godos.
Avanzando en el tiempo
Saltemos ahora un poco más acá en esa Castilla, pasado el año 900. Esto es un far west, un lejano oeste, o mejor un far east, aún más bronco. Se ha convertido en un extremo y lejano este del señorial reino de León, del que en breve va a escindirse, a separarse.
Esta Castilla primigenia está poblada por gente agreste y montaraz.
Siembran algo, pero poco; pastorean y engordan algunos ganados, pero escasos. No merece la pena mucho esfuerzo, la zona es insegura y peligrosa. Sus habitantes viven sobre todo de la guerra, esa es su principal actividad. Aguantan como pueden las razias musulmanas, las incursiones rápidas de expolio y pillaje que entran desde el este, subiendo Ebro arriba por los angostos caminos pegados al río, o por el sur, desde el Duero, y las devuelven después ocasionalmente, con sus cabalgadas rápidas a territorio enemigo, también en busca de botín fácil.
Esos belicosos defensores de la frontera son rudos y poco cultos; malhablados desde siempre porque en origen estuvieron mal latinizados. Desgraciados los germánicos, para los que el Dios verdadero es un Dios fiero.
Muchos siglos atrás, durante los tiempos centrales del dominio de Roma, había un chiste con variantes locales en los diferentes extremos del Imperio. "Miseri germani quibus Deus verus et Deus ferus idem est". Traducido a hoy: "Desgraciados los germánicos, para los que el Dios verdadero es un Dios fiero".
Lo decían los romanos de Roma porque los germánicos, los antepasados remotos de los actuales alemanes, no sabían distinguir el sonido de la 'v' y el de la 'f', y convertían 'verus' (verdadero) en 'ferus' (fiero).
La adaptación ibérica del chiste era aún mucho más ingeniosa, y nos da también información sobre nuestros antepasados remotos: "Beati hispani quibus bibere et vivere idem est", que era tanto como decir: "Dichosos los hispanos, para los que beber y vivir es lo mismo". No se decía solo porque nuestros antepasados fueran ya entonces buenos aficionados al alcohol, que probablemente lo eran. Se decía también porque eran los únicos habitantes del imperio romano que no distinguían entre el sonido latino de la 'b' –bilabial y oclusiva– y el de la 'v' –bilabial y fricativa–. ¡Hasta Cicerón se sorprendía en el Senado romano de su forma de hablar! La lejanía física de Roma hacía que muchas de las innovaciones lingüísticas de la metrópoli no llegaran a las colonias.
En las rudas gargantas de aquellos protocastellanos recios del siglo x, en sus oídos poco finos, en sus cerebros ocupados casi solo por la guerra, está germinando una nueva lengua. Ha surgido directamente del latín vulgar, sí, pero incorpora pronto elementos de otras procedencias. Viejos términos prerromanos que aún conservaba la atávica memoria de esos hablantes. Sonidos y vocablos germánicos del pasado godo. Palabras que traen los peregrinos francos y occitanos del incipiente Camino de Santiago, y después los monjes cluniacenses que vienen a reformar las órdenes monásticas, y más tarde los canteros lombardos, borgoñones y normandos que traen el arte románico... Y toman también préstamos lingüísticos, muchísimos, de la lengua del otro lado de la frontera, el árabe, que por entonces no solo era el idioma con más hablantes en la Península Ibérica, sino también la lengua internacional de la cultura.
Y aparece el árabe
El árabe entra en el territorio castellano no solo con las razias, algaras y aceifas de expolio y castigo de los ejércitos musulmanes, sino también con las sucesivas oleadas de desplazados mozárabes, los miles de cristianos que, viviendo en tierras dominadas por los musulmanes, se veían obligados a emigrar al norte, huyendo de algunas de las erupciones de fanatismo religioso islamista que de vez en cuando se producían en el sur.
En los siglos XII y XIII, Castilla logra y asienta su primacía en el norte peninsular. La nueva lengua de los hombres de la frontera no solo tiene una enorme capacidad de asimilación de elementos de otros idiomas, sino que además evoluciona de modo más rápido y decidido.
Sonoriza más consonantes latinas que sus vecinos el navarro-aragonés o el astur-leonés, diptonga de modo más arriesgado, elimina muchas más vocales postónicas, introduce más sonidos velares y guturales, llena todo de sonidos vibrantes, de erres surgidas de su belicosa garganta. "Illorum lingua resona quasi tympano tuba", se dice de los castellanos en el Poema de Almería, escrito en latín en torno al año 1150. Traducido al castellano de hoy: "Su lengua resuena casi como las trompetas de la guerra".
En los siglos XII y XIII, Castilla logra y asienta su primacía entre los reinos cristianos del norte peninsular. Con sus conquistas militares y la expansión de su frontera hacia el sur, hasta entonces musulmán, una multitud de castellanohablantes del tercio norte peninsular repueblan los territorios del Tajo, del Guadiana, del Guadalquivir, del Segura...
El castellano, adoptado también por los musulmanes de estas zonas que no pasan a refugiarse en el reino nazarí de Granada o al otro lado del Estrecho, se convierte así no solo en la lengua con más hablantes de la Península, sino quizás también de toda Europa, muy fragmentada por entonces en pequeños estados. Con la toma del pobladísimo reino de Granada, a finales del siglo XV, el número de castellanohablantes sube un nuevo escalón.
La espada no impuso el castellano en América
Y ahora América, tras el descubrimiento de Colón, y la expansión del Imperio español también por Europa y Asia. ¿Se impuso el castellano por la espada como lengua única en esos territorios? Estudios recientes aseguran que no.
El Imperio no era hispanohablante. Era plurilingüe.
Lo cuenta el historiador Henry Kamen: "Durante todo el periodo de los Austrias [siglos XVI y XVII], el castellano tuvo un uso muy extendido, pero la pluralidad de lenguas en el interior de la Península fue un hecho necesariamente reconocido y aceptado [...] en Filipinas el chino tenía más hablantes que el español, en Sudamérica había más hablantes de quechua (y sus lenguas asociadas) que de español, y en Europa, las culturas dominantes de la monarquía española eran tanto la italiana y la francesa como la española".
El Imperio fue plurilingüe mucho tiempo más. El lingüista Juan Ramón Lodares aporta datos: "Tomada en el año 1800 una muestra proporcional de trescientos sujetos del ruinoso Imperio hispánico, unos ciento diez de ellos se entenderían razonablemente bien en español. Los cientos noventa restante no".
El español se afianzó tras el periodo colonial. No fue durante el periodo colonial cuando el español se convirtió en la lengua franca de una gran parte de América. Fue después, cuando las diferentes repúblicas que nacieron allí, independizándose de España, apostaron una tras otra por el español como lengua oficial. Escribe también Lodares: "Sorprenden en el siglo XIX y XX dos hechos: primero, que la lengua española haya resistido el derrumbe imperial y no haya salido de él convertida en idioma pequeño en el contexto mundial, incluso en idioma fragmentado en distintas normas. Segunda sorpresa: que no solo haya resistido el derrumbe, sino que haya crecido en medio de él. El genuino periodo de crecimiento numérico del español y consolidación como lengua multinacional es, precisamente, el turbulento periodo que va de 1821 –citamos esa fecha simbólica que corresponde a la independencia de México– a nuestros días".
Mientras todo esto ocurría, por cierto, el español seguía comportándose como una esponja que asimilaba vocablos y modos lingüísticos de otros idiomas vecinos. En los siglos XVI y XVII, de las lenguas precolombinas con las que se rozaba en América. En el siglo XVIII, del francés, con la llegada al trono español de los Borbones, de origen galo. En el XIX, el XX y lo que llevamos del XXI, toma del inglés préstamos surgidos de la revolución industrial, el transporte, el turismo, la economía, la globalización, la revolución tecnológica... y de la frontera demográfica en Estados Unidos, donde surge el spanglish.
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