Escribe: Ricardo Steimberg
Como un torbellino en plena ebullición, y con la velocidad del rayo, en cuestión de apenas 24 horas, nuestro país cambió de presidente.
Tendríamos ante este hecho trascendental, en la reciente historia paraguaya, dos posturas totalmente opuestas y contradictorias, pero ambas forman una parte de la verdad absoluta de lo que sí realmente pasó este fin de semana en el Congreso de la Nación.
Pero para llegar a este angustiante desenlace, transcurrieron casi cuatro años, en un país demasiado necesitado de urgentes cambios de timón, los cuales fueron intensamente prometidos durante la esperanzadora campaña proselitista. Pero nunca cumplidos, ni siquiera en parte. La tan famosa y citada reforma agraria no se dio, los indígenas no consiguieron todas las reivindicaciones pendientes, como tampoco en ningún momento se implementó la justa distribución de la riqueza.
La corrupción que fue tan criticada, en las gestiones anteriores, no fue ni desterrada ni desactivada, es más, a veces parecía cobrar nueva y vigorosa fuerza. Una lacra enquistada en nuestra sociedad, pero que terminó socavando la integridad de la mayoría de las instituciones estatales. La inseguridad se volvió, por momentos, realmente insoportable, con decenas de asaltos a mano armada, con cifras que batían todos los record.
Nuevas modalidades de despojo en la calle, en los colectivos y hasta durante un festejo familiar, terminaron por superar a las fuerzas policiales. Alentó abiertamente las invasiones de tierras, quebrando reiteradamente el derecho a la propiedad privada, siendo seguido por declarados referentes que incluso inducían a la violencia. A los jueces y fiscales les ataron sus manos. La Policía y las FFAA fueron descabezas, ocupando los puestos de jerarquía, personal mucho menos capaz que algunos de los destituidos.
Pero la Masacre de Curuguaty y todo lo que lo rodeo, fue el detonante que saturó la paciencia de gran parte de la población y esta presionó al Congreso para que lo destituyera. Pero fue un discurso insulso e inexpresivo, cuatro días después, de aquella pequeña guerra civil, lo que terminó desatando la ira de la población, y de los parlamentarios. Que por primera vez se unieron, en coincidencia, todas las bancadas, para defenestrar al presidente. Esto sería la versión mayoritaria, pero una parte ínfima de nuestra sociedad, afirma todo lo contrario y también tiene ganada su parte de razón.
Un congreso totalmente corrupto no puede ser juez y verdugo al mismo tiempo. En un recito donde impera el nepotismo, muchos son poseedores de terrenos que pertenecen a la reforma agraria, otros llevan una vida ostentosa que no condice con las entradas que percibe, sin dejar de nombrar a aquellos que proponen leyes retrógradas que permita fumar en lugares cerrados, y los menos que tengan procesos judiciales por delitos varios y se protejan unos a otros, detrás de los fueros parlamentarios. Es decir que no poseen una catadura moral para juzgar a otros por los mismos cargos con que lo acusan.
Que fue un golpe de Estado dado por el Parlamento, y que lo han revestido de una tendenciosa legalidad, puede ser. Pero a esta altura de los acontecimientos, solo Dios y el tiempo dirán si eso fue un atropello o un acto en defensa de las instituciones. Mientras tanto Federico se encuentra muy sonriente, pero en el ojo de la tormenta y en la mira de los otros pueblos del Mercosur, que no han visto con agrado lo resuelto. Mucha suerte Federico, que vienen días muy duros.
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