Colaboración de Ricardo Steimberg
Cuento de Marisel Pacheco
Voy despacio, hoy llueve, la carretera es
lenta, entonces decido caminar, llego a escuchar el sonido sordo del músico
callejero, el escritor sentado frente a un café, sin lápiz ni papel, veo la sonrisa falsa del payaso tristón haciendo
malabares en el semáforo.
Aquel espejo roto, con los pedazos dispersos por el piso,
llego a ver en cada curuvica, caras diferentes y yo no me
veo, ¡no, esa no soy yo! ¡Ven mágica alegría!
Acostumbrado ya a mi amargura que arrastro
¿será que vendrás?, ya son las seis y aún te espero, ¡ese obstinado reloj!
Quiéreme
así, con muy poca cuerda, ja ja ja, tu
eterna batalla ya
perdida, del que yo soy y lo que tu quisieras, la confusión de los sentidos de aquella
sábana de lino manchada de besos. Esta
desazón de la vida, que lo llevas con calma.
Bajo la
apariencia del amor se disfraza el egoísmo, aquel pintor con traje de perro que
nunca pintó
una obra. ¿Debería esperarte? pero aquella niña me hace recordar en cada grito que aún no estoy muerta, pensé que un poco he muerto para
ti.
Te vengo
aturdiendo con mis manías locas, porque todo lo que poseo te has llevado. Oigo
el rugido del motor, todos levantan las manos a saludar, y ¿ese olor a
levadura?, ¡oh si eres tú! te veo llegar con pan
fresco, te grito para que me oigas ¡aquí
estoy!, parece que sólo
yo te veo, pera esa, esa no soy yo.
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