Estación del Ferrocarril |
Por Salvatore Brienza
A quien le toca hablar por el
micrófono, lo hace convencido. Recuerdan que le deben dinero por su
trabajo, su caña de azúcar, sus horas en la fábrica o su aporte al IPS. Los
dirigentes sindicales hablan de seguir defendiendo a sus hermanos obreros. La
maestra relata que sus alumnos ya no vienen a estudiar.
Las historias van y vienen frente
al micrófono, en la eterna marcha a ningún lado como los “prisioneros del
Tevegó” que relataba Roa Bastos en su "Yo, el Supremo".
De médicos que no cobran por
atender a los enfermos, pero que siguen el juramento hipocrático. Por farmacéuticos
que dan remedio sin remedio, y solo “fiado”. El despensero que llora las deudas
y solo se atiene a decir “No te puedo dar fiado, pero Don Fulano sí puede, tereho upépe (ándate allá)”.
Al final, son todos vecinos,
compadres, amigos de infancia y compueblanos. Es un destino común.
Antigua bodega de Vinos Clarín e Iturbe |
Ellos tienen conciencia de su realidad. La de un pueblo en terapia intensiva. Y en la inconciencia está una empresaria que vive en un país de maravillas. Que cree estar ante un pueblo lleno de cretinos. Que los mismos seguirán escuchando sus palabras “engañosas”. Que su voz será escuchada y acatada, porque en sus mejores épocas, se le decía “Doña Ema” y todos la respetaban al ser una de las dueñas de la azucarera. Que todos saldrán de su camino cuando ella se ponga a caminar por la ciudad.
Ella ya no es la dueña, dejó de ser
la señora de la empresa. Hoy los dueños son los obreros, choferes, peladores,
productores de caña, carreteros y todos los que en la cadena de pagos no
reciben pagos.
Pasó de ser la señora Ema, de la
casa de color amarillo camino a la azucarera, a una gran embustera.
Puente sobre el Rio Tebicuary-mi |
En un pueblo que se resiste a morir
por tener dignidad, ella no la tiene y menos aún sus socios de la azucarera.
Este pueblo está lleno de personas que
sufren día a día la realidad de la empresa y hoy los medios de comunicación descubren
una realidad que se grita hace más de 20 años.
Un grito que los trapiches han
quedado moliendo en el silencio de la fábrica. De la sirena que no canta su
llamado a los obreros que antes sudaban en sus intestinos. De las grandes grúas
que solo levantan el recuerdo de sus mejores tiempos.
Las calderas no generan ni calor,
ni vapor y menos electricidad. Las manecillas de las válvulas están eternamente
quietas. Todas están en cero, donde tres o cuatro centímetros de movimiento era
estar viva y funcionando a plena producción.
Antigua casona en Iturbe |
Una araña cruza sobre un tablero
que dicen ON, en color rojo, pero no
tiene fuerza. Un “amberé” (lagartija)
está por comerse a la araña. Aunque tuviera el apoyo de su depredador tampoco
lo podrá encender. La araña la intenta mil veces. Y aun así, no desiste.
La fábrica no funciona sola. La araña
no es consciente, que siempre funcionó con los brazos de los obreros. Hoy,
todas esas personas están muriendo con la fábrica, con dignidad…, pero muriendo.
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