Por Enigma
Me permito compartir con todos los seguidores
del ñakurutu algunas consideraciones del I Foro de Libertades Laicas en Centroamérica,
organizado por la Asociación Colectiva por el Derecho a Decidir, con el apoyo
de “CATHOLICS FOR CHOICE”,
específicamente fragmentos de la ponencia EL POR QUÉ DE UN ESTADO LAICO, de
Roberto Blancarte.
Un Estado laico es fundamental para asegurar derechos y libertades
fundamentales de las personas, reconocer y respetar las diversidades y
promover, de esta manera, una
convivencia social armoniosa. Para lograrlo es esencial garantizar la
autonomía de lo civil y de lo político frente a lo religioso y lo sagrado, de
manera que el Estado no fundamente ni legitime sus decisiones a partir de la
influencia que pueda infringir alguna religión, creencia o filosofía en
particular.
Laicidad;
una definición
¿Para qué queremos un Estado laico? A veces su necesidad se hace
tan obvia, que se nos olvida la razón de su existencia. Y sin embargo, pocas
creaciones del mundo moderno se han vuelto tan indispensables para que las
sociedades plurales y diversas se desarrollen en un marco de libertades y
pacífica convivencia.
A pesar de ello, existe una enorme ambigüedad e incertidumbre a su
alrededor, pues por un lado la laicidad aparece emparentada al respeto de los
derechos humanos, pero por el otro se le quiere identificar como un modelo
específico del mundo occidental o incluso como una excepción del mismo.
Las libertades del Estado laico se han construido a lo largo de
varios siglos. Cabe notar que las primeras de estas libertades fueron las
libertades de religión. Por eso es importante señalar que sus garantes fueron
el Estado laico y las instituciones políticas laicas. Al respecto, es
importante distinguir entre ciudadanos y creyentes; un funcionario político, un
representante popular, no tiene nada que ver en términos formales con los
creyentes; un representante político, un funcionario de gobierno, tiene que ver
con ciudadanos. Los creyentes los son en sus Iglesias, aunque para efectos de
la legitimidad de las instituciones políticas del Estado (y con esto me refiero a la Cámara de
Diputados, a la Presidencia, a todos los partidos políticos), ésta viene de la
voluntad de los ciudadanos.
Por lo tanto, el más grave error que se puede cometer en un Estado laico
democrático es pensar que cuando uno trata con un líder religioso está
automáticamente adquiriendo una legitimidad o autoridad moral traducible a
votos y por lo tanto a autoridad política, al suponer equivocadamente que ese líder religioso es un
representante de los creyentes. Y ciertamente ese líder religioso, para ciertos
aspectos, muy limitados, puede ser representante de los creyentes, pero no para efectos políticos, ya que los feligreses
cuando acuden a una iglesia no depositan su voluntad política en el líder
religioso; para eso acuden a las urnas o a los propios partidos. En suma, uno
de los mayores riesgos de la democracia moderna es el de confundir el liderazgo
religioso con el liderazgo político.
El
Estado laico no debe ser entendido como una institución antirreligiosa o
anticlerical, aunque en diversos momentos de su construcción histórica así lo
ha sido. En realidad, el Estado laico es la primera organización política que
garantizó las libertades religiosas. Hay que recordar que la libertad de
creencias, la libertad de culto, y la tolerancia religiosa que emanan de éstas
se pudieron lograr gracias al Estado laico, no en contra de él. Por lo tanto el
Estado laico es el que garantiza que todos puedan expresar sus opiniones y que
lo hagan desde la perspectiva religiosa o ciudadana que se desee; el único
requisito es entender la muy
relativa representatividad que tienen los jerarcas eclesiales y ministros de
culto.
En este sentido es un
contrasentido pretender imponer un culto o credo dentro de una institución de
todos y para todos, financiada con el dinero de judíos, cristianos, musulmanes,
cristianos ortodoxos, budistas, monjes tibetanos del Paraguay y otras comunidades
esotéricas que coexistimos en este país; lo que recientemente vimos dentro de
la FACULTAD DE FILOSOFIA, con la inauguración de un museo, una sala de TV y una
CAPILLA, que por cierto tiene sillas muy parecidas a las del salón auditorio de
la FAFI, no se aleja de aquellas
condiciones que los compañeros argentinos reclamaron durante su Primera Reforma Universitaria en 1918, iniciada en Córdoba.
Haciendo memoria Córdoba tenía una antigua universidad, fundada
por los jesuitas en tiempos de la colonia española, en la que se mantenían aún
groseras características elitistas y clericales que chocaban con los nuevos
tiempos. Los estudiantes universitarios de Buenos Aires, La Plata y Córdoba,
pertenecientes a familias de una reciente clase media formada a partir de la
gran ola de inmigrantes europeos o sus descendientes, venían organizándose en
centros de estudiantes por facultad desde principios del siglo XX y comenzaban
a exigir reformas que modernizaran y democratizaran la universidad. Los centros
de estudiantes se habían organizado a su vez en federaciones (Tucumán, Córdoba,
La Plata y Buenos Aires) y en abril de 1918 fundaron la Federación
Universitaria Argentina (FUA), como organización gremial representativa del
estudiante argentino.
A fines de 1917, una ordenanza de la Universidad de Córdoba
suprimiendo el internado en el Hospital de Clínicas dependiente de la
Universidad, desató el descontento de los estudiantes cordobeses que
solicitaron a las autoridades universitarias la revisión de las medidas. El 20
de marzo el Consejo Superior resolvió «no considerar ninguna solicitud» y el 31
de marzo los estudiantes declararon una huelga general y pidieron la
intervención de la Universidad por el gobierno nacional.
Por lo que podemos concluir que estando tan cerca,
territorialmente tenemos casi un siglo de diferencia entre la Universidad Paraguaya
y las Universidades del Resto del mundo, siendo por VOLUNTAD DIVINA, la UNE la
más distante de todas.
http://colectiva-cr.com/sites/default/files/Docs/publicaciones/Memorias%20FLL_version%20digital.PDF#page=12
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