Por Salvatore Brienza
José Pablo Feinmann en su libro Filosofía Política del
Poder Mediático, de ediciones Planeta mencionando a Hegel dice que “la lucha
por el reconocimiento expresa una lucha por la dominación. Hay amos y hay
siervos porque en unos el espíritu de dominación es más fuerte que su miedo a
morir en la lucha por el reconocimiento. Si
el siervo se constituye en tanto siervo por su miedo a morir es porque el amo
se constituye en tanto amo por su decisión de matar” y en otro punto
menciona “el hombre hace la historia transformando la naturaleza y también
resulta correcto acentuar la historicidad del hombre: nunca es lo mismo, su
naturaleza está en constante devenir (suceder), el hombre es un ser histórico
al que no se le puede fijar una esencia por que no la tiene. Mal lo puede tener
si su condición de ser es el cambio”.
Con la desesperación propia de quien por primera vez
entra en la batalla política, escuché las voces casi tímidas y dubitativas de
las alumnas denunciando la presión que ejercen sobre ellas algunos Docentes de
la Facultad de Filosofía de la sede Mallorquín.
Propio de ese stronismo recalcitrante, que se resiste
a morir en las instituciones del estado. Propia de la clase política a la que
pertenecen, donde el pyraguereato y la amenaza es la herramienta de presión. Donde
el insulto soez, la chabacanería, el lenguaje petulante, arrogante y hasta
desquiciado, la intimidación directa sobre la persona y/o familiares buscando
derribar el ánimo de los que actúan de manera honesta en la vida.
Es infundir miedo para dominar. Y si el miedo se
instala en los cuerpos, en la mente, se toma control de él y los subyugan. Con
ello, el dominador sólo necesita mencionar la consecuencia del acto y la
persona dominada, se calla, no se mueve, vegeta en su casa, siquiera una
neurona se agita en ese mar de temor.
Espera que el destino se encargue del dominador bajo
la excusa de “no hay mal que dure cien años”, espera sus “cien años de soledad”
–usando el nombre de la novela de Gabriel Garcia Marquez- para que “ocurra lo
que nunca ocurrirá”. Sabe que no está aislado porque cree que todos los demás también tienen
miedo.
Un pensador anónimo decía “El valor no es la ausencia
del miedo, es la conquista de este”. Y estas compañeras han conquistado al
miedo, han tenido el valor de decir cuánto miedo tienen, cuanto necesitan de
los demás para vencer este miedo y por sobre todo, reconocer que el miedo no
las hará libres. La han vencido, han luchado por su reconocimiento. Por su
libertad de optar, de elegir.
Claramente Feinmann dice que “el hombre no es una
piedra. Lo atraviesa la historicidad. El ser de la historicidad es el cambio,
dejar de ser lo que se es para devenir otra cosa, y así sin detenerse” dándonos
la claridad de que la libertad del hombre radica en su concepción y papel en la
historia. No se puede seguir callando mientras, el mundo gira.
Como dice Feinmann “el hombre no es una piedra”.
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