Por Salvatore Brienza
Lo que ocurrió en la
Convención del Partido Colorado, con el ahora Ex – Ministro del
Interior, Francisco de Vargas y la afiliación a la Asociación Nacional
Republicana del Ministro de Haciendo, Santiago Peña, me trajo a la memoria las
palabras que encabezan este escrito.
El texto en sí
pertenece a Augusto Roa Bastos, quien en su obra máxima Yo, El Supremo, inicia
hablando de un pasquín encontrado por la puerta de la catedral. Y justifica, los
motivos para tener mano dura contra los que “conspiraban” contra El Supremo y
la nación paraguaya.
Transcribo el texto
del panfleto, para comprender mejor y me gustaría que los lectores que inician
la lectura, se pongan en la piel, o la mente, del que, a mi criterio, es el
verdadero Padre de la Patria.
El panfleto dice así:
(“Yo el supremo Dictador de la República”
“Ordeno que al acaecer mi muerte mi cadáver sea decapitado; la cabeza
puesta en una pica por tres días en la Plaza de la República donde se convocará
al pueblo al son de las campanas echadas a vuelo.”
“Todos mis servidores civiles y militares sufrirán pena de horca. Sus
cadáveres serán enterrados en potreros de extramuros sin cruz ni marca que
memore sus nombres.”
“Al término del dicho plazo, mando que mis restos sean quemados y las
cenizas arrojadas al río.”)
A continuación y en
un delito literario, acodiciono las palabras del Dr. Francia y de su secretario
Policarpo Patiño para entender mejor.
(Dr. Francia: En cursiva y negritas)
(Plicarpo Patiño: Sin cursivas y negritas.)
¿Dónde encontraron eso?
Clavado en la puerta de la catedral,
Excelencia. Una partida de granaderos lo descubrió esta madrugada y lo retiró
llevándolo a la comandancia. Felizmente nadie alcanzó a leerlo.
No te he preguntado
eso ni es cosa que importe.
Tiene razón Usía, la tinta de los pasquines se
vuelve agria más pronto que la leche. Tampoco es hoja de Gaceta porteña ni
arrancada de libros, señor.
¡Qué libros va a haber
aquí fuera de los míos! Hace mucho tiempo que los aristócratas de las veinte
familias han convertido los suyos en naipes. Allanar las casas de los
antipatriotas. Los calabozos, ahí en los calabozos, vichean en los calabozos.
Entre esas ratas uñudas greñudas puede hallarse el culpable. Apriétales los
refalsos a esos falsarios. Sobre todo a Peña y a Molas. Tráeme las cartas en
las que Molas me rinde pleitesía durante el Primer Consulado, luego durante la
Primera Dictadura. Quiero releer el discurso que pronunció en la Asamblea del
año 14 reclamando mi elección de Dictador. Muy distinta en su letra en la
minuta del discurso, en las instrucciones a los diputados, en la denuncia en
que años más tarde acusará a un hermano por robarle ganado de su estancia de
Altos.
Puedo repetir lo que dicen esos papeles,
Excelencia.
No te he pedido que me
vengas a recitar los millares de expedientes, autos, providencias del archivo.
Te he ordenado simplemente que me traigas el legajo de Mariano Antonio Molas.
Tráeme también los panfletos de Manuel Pedro de Peña. ¡Sicofantes rencillosos!
Se jactan de haber sido el verbo de la independencia. ¡Ratas! Nunca la
entendieron. Se creen dueños de sus palabras en los calabozos. No saben más de
chillar. No han enmudecido todavía. Siempre encuentran nuevas formas de
secretar su maldito veneno.
Sacan panfletos,
pasquines, libelos, caricaturas. Soy una figura indispensable para la
maledicencia. Por mí, pueden fabricar su papel con trapos consagrados.
Escribirlo, imprimirlo con letras consagradas sobre una prensa consagrada.
¡Impriman sus pasquines en el Monte Sinai, si se les frunce la realísima gana,
folicularios letrinarios!
Hum. Ah. Oraciones
fúnebres, panfletos condenándome a la hoguera. Bah. Ahora se atreven a parodiar
mis Decretos supremos. Remedan mi lenguaje, mi letra, buscando infiltrarse a
través de él; llegar hasta mí desde sus madrigueras. Taparme la boca con la voz
que los fulmino. Recubrirme en palabra, en figura. Viejo truco de los
hechiceros de las tribus. Refuerza la vigilancia de los que se alucinan con
poder suplantarme después de muerto. ¿Dónde está el legajo de los anónimos?
Ahí lo tiene, excelencia, bajo su mano.
No es del todo
improbable que los dos tunantes escrivanos Molas y de la Peña hayan podido dictar
esta mofa. La burla muestra el estilo de los infames faccionarios porteñistas. Si son ellos, inmolo a Molas,
despeño a Peña. Pudo uno de sus infames secuaces aprenderla de memoria.
Escrita un segundo. Un tercero va y pega el escarnio con cuatro chinches en la
puerta de la catedral. Los propios guardianes, los peores infieles.
Razón que le sobra a Usía. Frente a lo que Vuecencia dice, hasta la verdad parece mentira.
No te pido que me adules, Patiño. Te ordeno que busques y descubras al autor del pasquín.
Razón que le sobra a Usía. Frente a lo que Vuecencia dice, hasta la verdad parece mentira.
No te pido que me adules, Patiño. Te ordeno que busques y descubras al autor del pasquín.
Debes ser capaz, la
ley es un agujero sin fondo, de encontrar un pelo en ese agujero. Escúlcales el
alma a Peña y a Molas.
Señor, no pueden. Están encerrados en la más
total oscuridad desde hace años.
¿Y eso qué?
Después del último Clamor que se le intercepto
a Molas, Excelencia, mande tapiar a cal y canto las claraboyas, las rendijas de
las puertas, las fallas de tapias y techos.
Sabes que
continuamente los presos amaestran ratones para sus comunicaciones
clandestinas.
También mande taponar todos los agujeros y
corredores de las hormigas, las alcantarillas de los grillos, los suspiros de
las grietas. Oscuridad más obscura imposible, Señor. No tienen con que
escribir.
¿Olvidas la memoria,
tú, memorioso patán? Puede que no tener luz ni aire. Tienen memoria. Memoria
igual a la tuya. Memoria de cucaracha de archivo, trescientos millones de años
más vieja que el homo sapiens. Memoria del pez, de la rana, del loro
limpiándose siempre el pico del mismo lado. Lo cual no quiere decir que sean
inteligentes. Todo lo contrario. ¿Puedes certificar de memorioso al gato
escaldado que huye hasta del agua fría? No, sino que es un gato miedoso. La
escaldadura le ha entrado en la memoria. La memoria no recuerda el miedo. Se ha
trastornado en miedo ella misma.
¿Sabes tú qué es la
memoria? Estomago del alma, dijo erróneamente alguien. Aunque en el nombrar las
cosas nunca hay un primero. No hay más que infinidad de repetidores. Sólo se
inventan nuevos errores. Memoria de uno solo no sirve para nada. Estómago del alma.
¡Vaya fineza! ¿Qué alma han de tener estos desalmados calumniadores? Estómagos
cuádruples de bestias cuatropeas. Estómagos rumiantes. Es ahí donde cocinan sus
calderadas de infamias. ¿De qué memoria no han de necesitar para acordarse de
tantas patrañas como han forjado con el único fin de difamarme, de calumniar al
Gobierno? Memoria de masca-masca.
Memoria de
ingiero-digiero. Repetitiva. Desfigurativa. Mancillativa. Profetizaron convenir
a este país en la nueva Atenas. Areópago de las ciencias, las letras, las artes
de este Continente. Lo que buscaban en realidad bajo tales quimeras era
entregar el Paraguay al mejor postor. A punto de conseguirlo estuvieron los
areopagitas. Los fui sacando de en medio. Los derroque uno a uno. Los puse
donde debían estar. ¡Areópagos a mí!
¡A la cárcel,
collones!
Al reo Manuel Pedro de
Peña, papagayo mayor del patriciado, lo desblasone. Descolguelo de su heráldica
percha. Lo enjaule en un calabozo. Aprendió allí a recitar sin equivocarse
desde la A a la Z los cien mil vocablos del diccionario de la Real Académica.
De este modo ejercita su memoria e el cementerio de las palabras. No se le
vayan a herrumbrar los esmaltes, los metales de su diapasón palabrero. El
doctor Mariano Antonio Molas, el abogado Molas, vamos, el escriba Molas, recita
sin descanso, hasta en sueños, trozos de una descripción de lo que él llama la
Antigua Provincia del Paraguay. Para estos últimos areopagitas sobrevivientes,
la patria continúa siendo la antigua provincia. No mientan, aunque sea por decoro
de sus lenguas colonizadas, a la Provincia Gigante de las Indias, al fin de
cuentas, abuela, madre, tía, parienta pobre de virreinato del Río de la plata
enriquecido a su costa.
Aquí usan y abusan de
su rumiante memoria no solamente los patricios y areopagitas vernáculos.
También los marsupiales extranjeros que robaron al país y embolsaron en el estómago
de su alma el recuerdo de sus ladroncillos. Ahí está el francés Pedro Martell.
** Después de veinte
años de calabozo y otros tantos de locura sigue temando con su cajón de onzas
de oro. Todas las noches saca furtivamente el cofre del hoyo que ha cavado con
las uñas bajo su hamaca; encuentra una por una las relucientes monedas; las
prueba con las desdentadas encías; las vuelve a meter en su caja fuerte y la
entierra otra vez en el hoyo. Se tumba en la hamaca y duerme feliz sobre su
imaginario tesoro. ¿Quién podría sentirse mas protegido que el? Del mismo modo
vivió en los sótanos por muchos años otro francés, Charles Andréu-Legard, ex
prisioneros de la Bastilla, rumiando sus recuerdos en mi bastilla republicana.
¿Puede decirse acaso que estos didelfos saben que cosa es la memoria? Ni tú ni
ellos lo saben. Los que lo saben ni tienen memoria. Los memoriones son casi
siempre antidotados imbéciles. A más de malvados embaucadores. O algo peor
todavía. Emplean su memoria en el daño ajeno, mas no saben hacerlo ni siquiera
en el propio bien. No pueden compararse con el gato escaldado. Memoria del
loro, de la vaca, del burro. No la memoria-sentido, memoria-juicio dueña de una
robusta imaginación capaz de engendrar por si misma los acontecimientos.
¿Porque me trajo la
memoria esta frase y tuve que poner todo el texto relativo?
Porque el Presidente Horacio
Cartes, está repitiendo lo mismo que Stroessner. Quiere ser “el Padre de la
Patria”, el “Cuarto reconstructor nacional” y tantos otros epítetos que solo
los “falsarios, los Sicofantes rencillosos” quienes pululan alrededor del
gobernante le dicen y le hacen creer. Todo esto endeudando la república. Y así
como Stroessner cree que puede ser “El Supremo”.
Si Roa Bastos
estuviera vivo, es probable que ya habría cruzado a Clorinda…, por las dudas. Cartes no es ni Stroessner y mucho menos el Dr. Francia.
Volviendo a la
reflexión del Verdadero Supremo para el Dr. Francia, ser patriota, nacionalista
o republicano, indistintamente del concepto que usemos nosotros es una cuestión
de convicción y estilo de vida. No de un oportunismo político.
Es así que Francisco
de Vargas, quien siempre se ha caracterizado por ser un hombre fuerte del
presidente, prácticamente “intocable”, ha sido “inmolado” frente al Altar del
Coloradismo que es la Convención Colorada, cuyos Sumos Sacerdotes han recibido
la sangre del degollado cordero de la propiciación para lavarse de los pecados
y eximir de culpas al mandatario de los errores que la cartera de estado más
complicada que es el Ministerio del Interior.
Y la afiliación del
Ministro de Hacienda, Santiago Peña, ha sido como un ejemplo de que “no importa tu formación, aquí
si no sos afiliado colorado” no podes seguir siendo del gobierno. El rojo del
pañuelo es del color de la sangre que lo purifica frente a los “Co-Religionarios”.
Quienes saludaron su afiliación no olvidarán que su tatarabuelo -según Peña la
justificación de su solicitud de membresía- fue un Legionario que combatió
contra López y que estaba afiliado al Partido Liberal, y terminarán recordándole
ese pasado en cualquier momento.
Hemos vivenciado uno
de los espectáculos más horribles de los últimos tiempos. La creencia de una
persona que es el Gran Sumo Sacerdote de la religión colorada que inmola frente
a sus fieles a los corderos y los despeña en acantilados para aplacar sus
gritos.
Nuestro pueblo
necesita que empecemos a tener memoria. No podemos seguir cometiendo los mismos
errores.
No debemos ser esos “memoriones…,
antidotados imbéciles” que “emplean su memoria en el daño ajeno, mas no
saben hacerlo ni siquiera en el propio bien.”
Tan sólo leyendo
libros, podremos avanzar en este país. Si tan sólo cada paraguayo hubiera leído
Yo, El Supremo y entendiera las palabras que dicen allí, que mucho hubiéramos avanzado.
Por eso les dejo
estas últimas líneas del discurso del Supremo:
“Los hechos sucedidos
cambian continuamente. El hombre de buena memoria no recuerda nada porque no
olvida nada.”
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