Por Virgilio Cantero (Filósofo)
Es una costumbre recurrente apelar a cierto logro o grado académico para reforzar ideas que expresamos sobre cosas o hechos que concitan nuestro interés.
Los que hemos estudiado Filosofía y alcanzado algún título, apelar a nuestro grado académico siempre es dilemático, pero en ésta ocasión, y basado en la sentencia de Nietzsche de que “el esfuerzo del filósofo tiende a identificar lo que los contemporáneos se contentan con vivir”, quisiera plantear una rápida reflexión sobre los hechos de violencia que conmocionan nuestro país, y por sobre todo, la ciudad y la comunidad educativa a la que pertenezco y con quienes me siento profundamente comprometido.
Días atrás en el Facebook planteaba mi molestia por la indiferencia del paraguayo promedio frente al asesinato y posterior descuartizamiento de una niña indígena alrededor de la terminal, muy pocos expresamos nuestras preocupaciones y nadie colocó un listón verde en su foto perfil, todo transcurrió en medio de una indiferencia generalizada.
El sábado de noche pareciera que despertábamos de un letargo colectivo y nos conmovíamos todos ante la noticia del rapto de la niña Naydelyn, y el domingo se confirmaba lo peor, en un escenario marcado ya por el morbo y los diversos tipos de tratamientos muy poco serio de la noticia.
En ese contexto de crispación emergieron diversas voces de condena y diversos pedidos de leyes y mecanismos legales más extremos como la pena de muerte y por supuesto el consabido ataque a los DDHH.
En este punto quisiera plantear mi reflexión aclarando que como padre me duele, profundamente, la muerte de Naydelyn y que me sumo a las voces que claman justicia.
Sin embargo planteo los siguientes puntos.
1. En nuestro país, nuestra conciencia es selectiva y generalmente permanecemos indiferente frente al dolor de los indígenas, de los campesinos, de los pobres y justificamos esta indiferencia con una serie de estereotipos que siempre culpabiliza a las víctimas y absuelve a los victimarios
2. Naydelyn no es víctima de un ritual satánico sino de la violencia machista del varón paraguayo incapaz de aceptar una ruptura afectiva y que apela a diversos mecanismos para forzar una relación y en el último caso para generar dolor y sufrimiento que de cierta manera justifique ante una marcada cultura machista su despecho.
3. Los DDHH velan por los derechos que toda persona tiene por ser PERSONA (Inclusive si es criminal) no apunta a defender, exclusivamente, a los que infringen la ley sino evitar que el estado, en ejercicio del poder, no se sobrepase y al final sea más violento que la propia violencia que quiere castigar.
4. El código penal prevé castigos ejemplares para crímenes de esta naturaleza, el problema radica que en muchos casos la justicia paraguaya esta manejada por los poderosos y los corruptos y en ese escenario pedir la pena de muerte como medida extrema no es más que una ingenuidad para no decir ignorancia y desconocimiento de la sociedad en que vivimos.
Planteo estos puntos como “filósofo”, dado lo incipiente del caso a lo mejor tendría que retractarme más adelante y dar la razón a los otros, pero mientras tanto elevo mi voz en una intento por abordar los hechos de forma reflexiva y racional de manera que como sociedad nos sintamos más comprometidos con los otros y menos indiferentes con los débiles y olvidados y por sobre todo para superar nuestros estereotipos y mentalidades que solo enajenan nuestra conciencia y son factores de profunda injusticia.
Que Naydelyn, Francisca y toda víctima de violencia descansen en paz, que sus familiares hallen algo de consuelo y que realmente haya JUSTICIA.
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