Para mucha
gente, llegar a los cuarenta años es sinónimo de que se está tomando el último
tramo de la juventud…, y es, a partir de los 50, que ya entramos en la segunda
mitad del siglo que nos podría tocar vivir.
Soy de la generación
que uso Lotus 123 o Wordstar en las primeras computadoras 286. Que usamos
discos flexibles para copiar datos de una computadora a otra. Que vio los Magníficos
o Mazinger Z en la televisión en blanco y negro. De los que escuchamos “La voz
del coloradismo” en la cadena de radios del régimen dictatorial de Alfredo
Stroessner. De los que quitábamos la nota 10 (felicitado) o un “3 pyta’i” como
nota en la escuela o el colegio. De los que traducíamos, leíamos y pronunciábamos,
correctamente, “Ego primam tollo nominor quia leo” (Yo me llevo la primera
parte porque me llamo León) y estudiábamos “Cosmografia” como parte de nuestra
formación secundaria.
En esta
pandemia por COVID 19 (Coronavirus) estoy viendo a mi generación y las
anteriores a la mía, pelear con fuerza contra un mal del que nadie, en el
mundo, estuvo preparado.
Como nación,
nos recordamos constantemente, que hemos sido casi exterminados en una guerra
contra tres países. Que luchamos una guerra por el petróleo que se llevaron los
de la Stándar Oil y otras empresas norteamericanas, y que hizo más pobres a
Bolivia y Paraguay.
Nos animamos
con frases como “el paraguayo es solidario”, “el paraguayo es hechakua’a” y
vemos en las calles actos de mucho amor y fe con el prójimo.
Pero en el
otro extremo, están los de mi generación y las otras también, que robaron las
riquezas de este país, destruyendo sus bosques, traficando sus riquezas, explotando
a sus compatriotas por un “mendrugo de pan”. Los que roban las arcas
municipales, departamentales y nacionales para enriquecer a sus familiares y amigos,
llevando el dinero que correspondía a salud y educación.
Generaciones
que amañaron contratos con el estado o
en Uniones, Cámaras o Federaciones de obreros o empresarios, que negociaron
contratos y ventajas para dar a sus amigos y parientes el dinero del pueblo. Y
la culpa no es de los políticos de izquierda o de derecha. No es del partido
colorado, de liberal o el socialista. La culpa no es del gordo, el flaco, el
blanco o el negro.
Esta
pandemia, nos muestra lo bello de la vida y lo terrible de los que solo piensan
en la acumulación de riquezas.
Y es claro
que los pobres, los desvalidos, los miserables, son los que sufren en esta
cuarentena. Porque ellos son los obreros de las fábricas, las secretarias de
las oficinas o los chóferes de colectivo.
Ellos son los que reciben “poca paga”, “no tienen horas extras” o “esperan en
las salas de hospitales precarios”. Ellos son el 80% de la población que mueve
la economía.
Este es el
momento en que debemos de pensar en el verdadero cambio. Que renazcamos como
nación luego de la cuarentena. Que podamos “resucitar” para mejorar como país y como ciudadanos.
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