Por Salvatore Brienza
Ayer falleció un vecino, tenía 35 años. Dejó 2 hijos pequeños. Tipo guapo, cortaba pasto, árboles, etc., para mantener a su familia. Yo le daba trabajo para realizar en la casa de vez en cuando. Y me impactó su muerte, porque sé que quedan niños huérfanos. Un infarto le mató. FULMINANTE. Mientras estaba trabajando juntando ramas de una poda que hizo.
A pesar de que no es un familiar cercano, es su capacidad de trabajo, su honestidad y su muerte prematura lo que golpea.
Ni siquiera poder ir a su funeral, porque detrás del dinero debemos olvidar el dolor de los hombres, el dolor de la especie humana.
Y ahora están más desprotegidos los niños. Porque deben vivir sin una figura paterna, sin el ingreso que él, con su trabajo, proveía.
Y son los niños los más vulnerables.
Hace días, y desde que inició la pandemia, hay varias personas fallecidas en el entorno familiar o comunitario. Es la vida en su otro extremo. Algunos mueren de viejos, otros por enfermedad o algún tipo de complicación.
Hoy falleció la madre de una amiga, una hermana, una muy buena prima. Y tampoco podemos visitarla para la despedida.
Amigos, amigas, tías, tíos, vecinos, vecinas, van yéndose lentamente y no podemos ir siquiera a despedirlos.
La situación no es lógica, y no hay culpables, porque la sociedad está muriendo de a poco, en la soledad.
Sinceramente, estas cosas afectan emocionalmente.
Hago empatía con el dolor humano. Pero hay otros que no piensan igual.
Pero me quedo con la frase que leí en algún momento: "El dolor de los otros no te afectan, porque no son tus muertos".
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