Por Tito Benítez - Psicólogo
El niño, como sostiene Montessori en su
libro “La mente absorbente del niño” se encuentra en un período sensible de
aprendizaje. Cualquier tipo de estímulos lo absorbe como esponja, sea desde la
forma en que se utilizan las palabras, la intencionalidad, las conductas
repetitivas frente al niño, la actitud ante ciertas circunstancias, la forma
que lo tratan, el modo en que abordan sus preguntas; en fin, todo es
importante. Por ello es prioridad cuidar estos detalles.
El receso, o recreo como algunos conocen,
también es un espacio donde el niño continúa su proceso de aprendizaje. Esto no
se limita sólo a las clases, ni a lo que dicta la profesora, ni se suspende en
horarios libres. Todo momento es oportuno para el aprendizaje. He ahí la
importancia de organizar bien las actividades y cuidar los espacios para que se
garantice qué mensaje es el que debe y puede recibir ese niño en la institución
donde nos estamos desempeñando como maestros.
En este sentido, el receso no es un punto a
parte al proceso de educación. El receso es parte importante del espacio de
aprendizaje. En esos pocos minutos el niño continúa aprendiendo. No sólo es un
tiempo para descansar el cuerpo y la mente de una determinada rutina.
El receso es un espacio vital para el niño.
Aprende a desarrollar las habilidades físicas, que beneficia el crecimiento y el
desarrollo. Experimenta una rutina, que le será muy útil, no sólo como alumno;
sino, especialmente, cuando sea adulto.
Sin embargo, el receso no sólo es eso. Es
por sobre todas las cosas un espacio donde se desarrollan sus habilidades
sociales. Es decir, a hacer amigos, reconocer reglas, compartir con otros,
aprender juegos, aprender a ganar, a perder y una infinidad de situaciones que
le serán bastante útiles si sabemos aprovechar estos momentos como momentos de
enseñanza y aprendizaje significativos.
El receso es un espacio donde el niño aprende
a convivir con el otro, es una habilidad para la vida. Esto parte de la idea de
que el niño no solamente va a la escuela para aprender a leer y a escribir,
sino para ser buen ciudadano, buena persona, que aprenda a disfrutar estar con
los demás, respetando las ideas y particularidades. Es decir, a aceptar y a
aceptarse frente al otro. Es una habilidad en constante desarrollo.
Recordemos que los profesionales de la
educación somos nosotros y en parte es nuestra responsabilidad que aprendan a
convivir, a discutir, a plantear ideas, situaciones, superar sus diferencias y
respetar las individualidades.
Los adultos, también, tendríamos que
preguntarnos si estamos en constante conflicto con el otro, cuales son los
índices de violencia, las dificultades de nuestro relacionamiento en el trabajo
o, como sucede a menudo, cuales son las reales dificultades para tolerar ideas
distintas a las nuestras.
Es momento para que reflexionemos qué hemos
hecho como institución educativa. Si no es así, algo está fallando en nuestro
modelo de educación. Quizás, no seremos los únicos responsables, pero sí
podemos ser parte de la solución.
Si cada día existen denuncias sobre acoso
escolar, ese reporte de la realidad debe ser planteado en un espacio de
reflexión y tomar los recaudos necesarios como para que se evite y se elimine de la sociedad, no sólo por el bien de la institución, sino por el bien
de la misma sociedad. No considero positivo que normalicemos la violencia como parte
de nuestras vidas.
Para finalizar, aunque el ser humano sea un
animal político y social por naturaleza, requiere que se desarrollen las
habilidades y destrezas sociales desde el primer momento, en los diversos
ambientes de convivencia, desde el rol que cumplimos cada uno.
El desarrollo de las habilidades y
destrezas sociales es constante y para toda la vida, por eso somos seres en
constante proceso de aprendizaje. La pregunta es: Qué hacemos en determinados
espacios y situaciones para que se conviertan en momentos significativos de
aprendizaje?
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